LA DIÁLECTICA DEL VALOR DE LA REALIDAD
"Ahorita/ Vengo/ Voy a dar/ Un paseo/ Alrededor/ De/ Mi/ Vida/ Ya vine"
Este epigrama de Efraín Huerta (uno de los mejores poetas mexicanos) plantea con exquisita ironía lo vanal que es la vida humana, al menos la del que denominamos como "humano común". Al poeta le tomó solamente el tiempo de lectura de un verso para apreciar la magnitud de su paso por el mundo pues, como igual pasa con los demás, su vida estuvo colmada de cotidianidades y de situaciones que no fue el primero ni el último en vivirlas. Incluso si se hubiera tomado la molestia (o impudicia) de regalarnos un recuento de los hechos, para él, más significativos de su vida, el resultado hubiera sido el mismo: escasez de cosas novedosas, escasez de cosas relevantes, y exceso de cosas vanales. Esto se debe a que todos los eventos que suceden en la vida son vanales o, si se prefiere, reiterativos de la humanidad; y es justamente esta humanidad, encarnada en el individuo, la que les confiere el carácter de especial, extraordinario, maravilloso y demás superlativos del diccionario de sinónimos, pero que no lo tienen en su esencia. Seamos honestos: el nacimiento de un niño no tiene algo de extraordinario, pues es un evento que se repite constantemente todos los días (en todo caso, es más maravilloso que nazca un oso panda, dados lo reducido del período de fertilidad de la hembra y las pocas probabilidades de que haya un macho en las cercanías, aunque esto no es tan malo, pues una explosión demográfica de estos animales llevaría a una catástrofe ambiental), y de igual manera es poco especial que una pareja humana decida encerrarse en un cuarto a copular, o que los médicos de un hospital salven la vida de un accidentado al borde de la muerte, o que fulanito de tal encienda su décimo cigarro del día a las tres de la tarde y así ad infinitum.
Sin embargo, si le concedemos el derecho de réplica a la percepción humana, ésta dirá pronta que el valor esencial de las cosas no tiene por qué influir directamente en la valía de las mismas en la representación humana, pudiendo omitirse incluso si así lo requiere la psique. Esto obedece a que la realidad vista en su esencia real, o sea "la verdad pura", es demasiado fría y poco emocionante, y la psique prefiere que sea cálida, aun cuando la violente. Es por esto que los primeros pasos de un niño emocionan a sus padres, que la muerte de un ser querido nos deja parados en un páramo más desolado que el desierto de Sonora, y que una pésima decisión tenga la capacidad destructiva de una bomba atómica de un megatón (esto cuando sólo uno es afectado; añádanse megatones en proporción al número de terceros afectados por el papanatas que tuvo la ocurrencia de llevarnos entre las patas). ¿Importa realmente que para el Universo una supernova sea de poca importancia, pues es algo que se tiene que dar y, por ende, está poyectado? Honestamente, no. Para cuando en esta región del Universo se sientan los efectos de la supernova más reciente, ni usted ni yo estaremos vivos, por lo que podemos seguirle confiriendo toda la importancia a nuestros hechos cotidianos, que son los únicos que nos afectan a fin de cuentas.
Pero regresemos al epigrama de Efraín Huerta que encabeza esta disertación e interpretémoslo en un sentido distinto y complementario al del primer párrafo.
Si presumimos que el poeta hizo la valoración de su vida en los parámetros de la representación humana, el poco tiempo que le llevó apreciar sus hechos relevantes me lleva a preguntar qué sucesos y qué cosas realmente merecen que les demos importancia. Como sé que la respuesta es obligatoriamente subjetiva, me permito recordarle que Huerta era un hombre con una sensibilidad capaz de resumir en un poema, Declaración de odio, todas las sensaciones que sufre un hombre que ha crecido en una urbe, así que también era capaz de valorar los hechos de la vida con medida justa. Así, nos encontramos con que él nos quiso decir que la vida humana está construida de pocas cosas realmente importantes y de muchas irrelevantes que llenan los años entre una importante y la siguiente. Ya queda en cada uno la medida en que se jerarquizarán, pero hay que ser congruente, si no con la esencia natural, al menos con la psique propia (carajo, por más que me rehusé a usar una teoría de Kierkegaard, tuvo que salir la canija). No pienso dar directrices pues no soy lo bastante viejo --dijera Facundo Cabral-- para ser lo bastante sabio; pero la humanidad tampoco es lo bastante vieja, aún, por lo que todavía podemos ajustarnos a algunos convencionalismos y otros pasárnoslos por el arco del triunfo.
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