viernes, mayo 19, 2006

COBARDEMENTE, PARA EVA GEYNE GUTIÉRREZ

Decir que Eva existió únicamente en mi mente sería lo más correcto. Si bien fue una persona de carne y hueso, lo cierto es que fue importante en mi vida únicamente por el ideal que me construí a partir de ella. Si mal no recuerdo, en los seis años —tres de secundaria y tres de preparatoria— que estuvimos en la misma escuela, platiqué con ella a lo más cuatro veces, y sólo una de ellas nos dijimos más de tres palabras. Es obvio que así es imposible conocer a una persona, y es más imposible amarle. Y sin embargo, yo amé a Eva, o mejor dicho, a “mi” Eva.

Si bien todos mis amigos de la secundaria me decían que no era muy bonita, para mí tenía la cara más cercana al ideal físico que había empezado a construirme dos años antes cuando entré a la pubertad. Un amigo de la preparatoria me dijo una vez que Eva le recordaba a ciertas muñecas japonesas —¿será por ello que las asiáticas despiertan en mí una lujuria muy especial?—, y creo que es una descripción harto acertada de lo que fue Eva para mí.

Yo me contentaba con mirarle a la distancia, aunque en realidad eran escasos dos pasos, porque siempre que podía procuraba sentarme lo más cerca de ella, ya fuese en el salón de clases o en las gradas del patio de la escuela. Aun cuando me cuesta recordar bien mi pensamiento de esa época, especialmente en lo tocante a ella, sí puedo decir que no me hacía falta hablarle para sentirme obsesionado con ella. Me bastaba con mirar su rostro de una forma tan descarada que no me importaba que me descubriera viéndole, cosa que hoy día no puedo hacer con alguien más.

Siendo de naturaleza tímida, no me atrevía a platicar con ella, pero ello no me impidió preguntarle a sus amigos algunas cosas, y esos escasos datos me fueron suficientes para crearle una personalidad acorde al ideal físico que ya era. No recuerdo cómo era esa personalidad, es más, para ser honesto, su cara ya es demasiado borrosa en mi mente, apenas es una fotografía que un amigo me hizo el favor de tomarle, y a momentos es únicamente un nombre que, ocasionalmente, llego incluso a invertir el orden de sus apellidos.

Claro, yo le pedía a mis amigos de la secundaria me dijeran qué reacción tomaba Eva cuando yo tenía que pasar al frente del salón por cualquier circunstancia, o me acercaba un poco más de lo habitual a ella. Uno en especial, en el que más confiaba para ello dada su falta de malicia, me decía que Eva me miraba de una manera especial, como si ella también se sintiera atraída por mí. En esos momentos yo pensaba que tal vez era posible que Eva sí pensara en mí como hombre; pero casi de inmediato recordaba los varios rechazos que otras niñas me habían hecho antes, y entonces me repetía que era imposible que ella pudiera sentir algo por mí dado que yo mismo sabía que no le podía gustar a una mujer.

Sin embargo, un día del último año de secundaria, no sé por qué extraña razón, me armé del valor que me había hecho falta en los dos años anteriores, y fui a su casa. Había copiado su dirección del cuaderno de una compañera de salón, y tras averiguar dónde se hallaba su colonia, me atreví a ir, aprovechando que había ido a comer a casa de un amigo y mi hermano no pasaría a recogerme antes del anochecer. He de decir que ese día estaba irreconocible. Tenía toda la disposición de decirle esa tarde que me gustaba, y mi timidez no se hizo presente ni siquiera cuando el vigilante del fraccionamiento se demoró bastante en decirme bien cuál era su calle. Llamé a su puerta, abrió su madre, pregunté por ella, y finalmente salió Eva. Aún tenía puesto su uniforme de la escuela, y se sorprendió bastante de verme, lo cual interpreté como una buena señal. No recuerdo cómo empecé la plática, ni recuerdo qué tantas cosas le dije, ya que para ese momento me sentía en un mundo aparte. Allí estaba finalmente con toda la atención de la diosa erótica de mi adolescencia para mí solo. Finalmente Eva había dejado de ser un ídolo vivo al que adoraba a distancia, y quizá, si era cierto lo que decía mi amigo, quizá esa tarde podría entrar físicamente en mi vida.

Pero en un momento me preguntó, a bocajarro, a qué había ido a verle. No me importó que lo preguntara, porque estaba dispuesto a todo ese día, y le dije que había ido sólo para decirle que me gustaba. Y entonces, cuando esperaba una respuesta similar de ella, me dijo, simple y llanamente, que yo le daba miedo. No me dijo por qué, simplemente le daba miedo.

Ya no supe qué decir, pues era la única respuesta para la que no estaba preparado. No recuerdo cómo me despedí de ella, ni siquiera recuerdo si dijimos algo más. Sólo recuerdo que me puse a caminar sin rumbo. Según yo, iba a mi casa, pero terminé en otra parte, muy alejada. Recuerdo que esa tarde llovió muy fuerte, pero yo seguí caminando sin importarme el mojarme. Supongo que lloré en algún momento, pero más bien iba ido, incapaz de comprender lo que había sucedido. Sí recuerdo que un par de señoras se ofrecieron a llevarme en sus autos a mi casa, a causa de la lluvia, pero ni siquiera les respondí. Yo sólo quería caminar, perderme por completo, huir de todo. Recuerdo que en un momento quise encender un cigarrillo, pero estaban tan mojados que no pude hacerlo. Lo último que recuerdo es que llamé a casa desde un teléfono público, y que esperé a mi madre y mi hermano en una esquina. Supongo que me regañaron, supongo que me hicieron bañarme al llegar a casa para evitar que me resfriara, y supongo que me fui de inmediato a mi cuarto, a la cama.

Después de ese día, ya no pude ver a Eva de la misma manera, y, por un tiempo, a ninguna mujer. No podía entender cómo era posible que la mujer a quien decía amar tanto, no pudiera inspirarle otra cosa más que miedo. Si me hubiera rechazado como lo habían hecho las niñas anteriores, tal vez hubiera tenido menos problemas, porque un rechazo, aun cuando sea de un ideal, es algo que se cura fácil a los quince años; pero saber que le inspiraba miedo a la mujer —y no a cualquier mujer—, me imposibilitó, para siempre, de entregarme enteramente a alguien.

Al día siguiente de mi plática con Eva, lo primero que hice fue reclamarle a mi amigo por haberme dicho mentiras, pues era obvio que ella nunca me habría podido ver de la manera en que él lo decía. Él se cansó de jurarme que nunca me había mentido, que Eva sí me miraba de una manera especial, y claro, lo que olvidó decirme es que lo hacía con miedo.

Desde ese día, no pude volver a acercarme a ella. Mi mejor amigo se extrañó de que, por primera vez en casi tres años, yo prefiriera sentarme en el extremo opuesto de las gradas a donde Eva lo hacía con sus amigas. No le dije la razón, aun cuando de todos modos, miraba de continuo hacia Eva, quien, aun cuando tal vez sí lo haya hecho alguna vez, ya nunca creí que me mirase.

Afortunadamente para mí, la secundaria terminó demasiado pronto. En cierta forma, pensaba que la preparatoria me ayudaría a olvidarme de Eva. Allí conocería otras jóvenes, quizá me podría enamorar de alguna de ellas, quizá una de ellas podría sentir por mí algo que no fuera miedo. Y con ese pensamiento llegué con el mejor de los ánimos a mi nueva escuela, más porque en vez de tener que usar el odioso uniforme escolar, podía vestir el uniforme de los punks, ideología que abrazaba en ese momento. Y cual va siendo mi sorpresa cuando, al dirigirme a mi salón, en uno de los pasillos me topo con Eva. Fue tal el impacto, que me quedé parado, incapaz de definir qué hacer. Simplemente me le quedé mirando, con la misma cara de idiota que, seguramente, ponía cuando lo hacía en la secundaria. Ella también me vio, y no dijo nada. Simplemente se dejó llevar por la marea de alumnos que en ese momento buscaban sus salones tras haber sonado ya el timbre de entrada; yo le seguí con la mirada durante todo el tiempo que tardó en perderse en el cubo de una escalera, totalmente azorado, pues Eva no me había quitado los ojos de encima durante todo ese tiempo.
Fui el último en entrar a mi salón, pues me quedé un rato en el patio, pasmado por la incredulidad de que Eva me hubiese visto durante todos esos segundos. Y entonces fue cuando recordé cómo iba vestido. Recordé mi pantalón roto en diversas partes de ambas piernas y pintarrajeado, mi chamarra de mezclilla llena de parches y, sobre todo, mis guanteletes con estoperoles y mi cabello completamente erizado. ¡Claro que Eva me había visto! ¡Claro que no podía despegar los ojos de mi figura! Era otra vez su miedo, que ahora se veía reforzado por mi vestimenta de “malviviente”. Furioso, encendí un cigarrillo y me senté en las gradas del pequeño patio, con todo el trauma que allí pensaba dejar atrás afectándome otra vez. Maldije mil veces mi suerte por haber tenido que escoger la misma preparatoria que Eva, pero maldije mil veces más que ella se veía mucho más hermosa que antes.

Con todo, mi suerte no fue tan perra como ya me la imaginaba, porque resultó que ella estaba en un salón al extremo opuesto del mío, que era el primero del piso donde se hallaban los de primer año. Tras sentirme aligerado por ello, y tan pronto me senté en el lugar que me había reservado uno de mis amigos de secundaria que había ingresado a la misma escuela, tomé la firme decisión de que la presencia de Eva no me afectaría. Después de todo, un hombre no puede dejarse vencer tan fácilmente, y, además, el hecho de que Eva siguiera sintiendo miedo de mí, en cierta forma reforzaba la imagen ruda que yo quería dar con mi vestimenta.

Pero lo macho estaba únicamente en mi ropa. En los primeros días, sin falta, era el primero en salir del salón a la hora del receso, para que no hubiera la oportunidad de que me topara en algún momento con Eva en el pasillo, o la viese por el ventanal junto al que estaba mi banca. Como la escuela era de puerta abierta, no me quedaba dentro durante todo el receso, ya que así evitaría lo más posible verle, y pensaba que así lograría finalmente sacarle de mi sistema.

Y sí, el truco funcionó durante un tiempo. Parecía que Eva y yo nunca coincidiríamos en la escuela, y empecé a llevar la vida de estudiante que yo deseaba, para desgracia de mis profesores. Pero era de esperar que tarde o temprano le terminaría viendo, y así fue.

Un día, después de la salida, mientras platicaba en mi salón con quien se había vuelto mi mejor amiga de ese tiempo, Eva pasó frente al ventanal. Ella no me vio —aunque se recordará que desde la secundaria yo ya no creía que ella me mirase, aun cuando sí lo hiciera por casualidad—, pero al verle pasar, sentí algo extraño, o mejor dicho, habitual. Me seguía pareciendo la mujer más hermosa que hubiera visto en mi vida, y me seguía arrobando los sentidos de esa manera tan deliciosamente dolorosa, y seguía sintiendo la misma necesidad de ella, y volví a convencerme de que nunca podría llegar a hacer algo con ella.

Como yo suponía, la preparatoria me trajo la bendición de otras mujeres en quienes fijar la vista, y también como ya suponía, me trajo la ya habitual dotación de rechazos, pero con dos ligeras variantes. Una de ellas fue mi mejor amiga de mi primer año. Se llamaba Itzel Paz Consuegra, una muchacha que, al igual que yo, gustaba de la ideología punk, y con quien pasaba la mayor parte del tiempo en la escuela. Siendo un joven que había tenido un único noviazgo —y a los cinco años de edad—, me fue muy fácil confundir el sentimiento de amistad con la atracción erótica, y me atreví a declararme a Itzel. Ella no me dijo que sí, tampoco me dijo que no, pero me regaló una sonrisa que me hizo sentir en ese momento un cuasi galán de película.

Al día siguiente, cuando yo esperaba que me diera una respuesta, me pidió que le acompañase a reclamarle a un tipo que, al parecer, había dicho que era una zorra. Yo iba únicamente de escolta, pero el tipo se le puso tan altanero que salté de inmediato, como buen caballero andante dispuesto a defender el honor de su dama. No llegamos a los golpes por la oportuna acción de Itzel y dos profesores que me detuvieron al momento, obligándome a regresar sólo a mi salón.

Yo estaba mirando hacia la escalera, esperando a que Itzel regresara para preguntarle si no había tenido más problemas por el fulano, y cual va siendo mi sorpresa al verle cargando un ramo de rosas y tomada de la mano de un tipo al que jamás había visto en mi vida. Incrédulo, no podía dejar de ver la escena, salvo cuando Itzel se inclinó para darle al tipo un beso en la boca. En ese momento cobré una rabia mayor de la que había sentido minutos antes por el fulano con el que me iba a liar a golpes, y sin importarme salí del salón. Pasé junto a Itzel, que me dijo algo que no oí, e iba a salirme de la escuela. Para colmo de males, me topé con el primer fulano del día, quien nuevamente me cantó la pelea. Yo, que bien hubiera podido desahogar mi enfado en ese momento, me limité a decirle que mejor arreglara el problema con el novio de ella, y que ahí estaban en la escalera por si quería verlos, pues yo ya me lavaba las manos sobre ese asunto. El fulano me dijo que él había pensado que yo era el novio, y cuando le comenté cómo se habían dado las cosas desde el día anterior, me invitó a una cantina que estaba a tres cuadras de la escuela, de la que salimos completamente ahogados.

Días después, y tras haber retomado la amistad, me hallaba con Itzel en la cafetería de la escuela, y en eso pasó Eva frente a nosotros. No sé por qué razón se me ocurrió comentarle a Itzel que Eva era el amor de mi vida, y aquella cobró un aire de ofendida, reclamándome que le hubiera dicho eso. Al decirle que no entendía su reacción, Itzel me dijo que ella no me había dado aún una respuesta, así que mi petición de noviazgo todavía estaba en pie. Yo sólo le respondí que al haberse besado con otro en mis narices me había dado la respuesta, a lo que me confesó que no sabía por qué andaba con él, y que no quería que yo dejara de pensar en la posibilidad de ser su novio. Me levanté de la mesa en la que estábamos y le dije que era mejor que siguiera con su novio, y que a mí me dejara seguir obsesionado con Eva.

Al año siguiente Itzel se mudó a Córdoba, Veracruz, y nunca volví a saber de ella.

El otro caso fue en el último año de preparatoria. Se llamaba Karina, pero no recuerdo sus apellidos. Casi desde el principio de ese año nos hicimos amigos, porque compartíamos un gusto similar en cuanto a literatura, y aprovechábamos cualquier momento de descanso para estar juntos. Platicábamos de cuánta cosa se pueda uno imaginar, y aun cuando era fea de cara, tenía un cuerpo muy bien formado, lo cual añadía un cariz erótico a nuestra amistad. No niego que en más de una ocasión pensé en la posibilidad de llevar nuestra relación al siguiente plano, pero después de lo sucedido con Itzel, prefería no dar el paso, por miedo a que otra vez perdiera de una manera tan babosa a una buena amiga.

Un amigo que yo tenía desde la secundaria me comentó que tenía la intención de declararse a Karina, pero lo dudaba un poco ya que pensaba que tal vez él no pudiera ser del todo de su agrado, y yo, como había decidido no ir más allá con ella, no sólo le di ánimos, acepté de buen agrado servirle de alcahuete, encargo que, afortunadamente, no tuve que llevar a cabo pues ese mismo día, por la tarde, se declaró a Karina.

Al día siguiente, cuando me hallaba volándome una clase, descaradamente fumando y leyendo en la escalera frente al ventanal de mi salón, Karina se sentó junto a mí y me empezó a hacer una plática de tantas. Yo sabía que le había dicho a mi amigo que le diera tiempo para tomar una decisión pues él me lo había dicho por teléfono el día anterior, así que intuí que a ella en realidad le importaba un rábano en qué parte iba de El conde de Montecristo, y así era, porque a la tercera o cuarta frase me dijo que mi amigo se le había declarado. Fingiendo ignorancia, le dije que me parecía muy bien, que harían buena pareja y no sé cuántas cosas más para echarle la mano a él. Lo que no esperaba es que ella me dijera que tenía dudas en decirle que sí, porque quien en realidad le gustaba era yo. No atiné a decirle algo pues era la primera vez que una mujer me decía abiertamente que le gustaba, y ella no se quedó a esperar a que pudiera coordinar una respuesta, pues tan pronto me lo dijo, se levantó y entró a nuestro salón. Revisé mi reloj y noté que aún faltaban varios minutos para el receso, así que fui a la cafetería, para coordinar mejor mis ideas con un café.

No sabía qué hacer. Por un lado, no podía negar la atracción que sentía por Karina, y por el otro, no podía decirle algo de inmediato dado que mi amigo podría tomar como una traición que yo anduviera con ella. Y así, debatiéndome entre seguir mis impulsos y respetar la lealtad al amigo, pasó el receso y pasó otra clase a la que no entré. Al final, pensé que si Karina me había dicho eso, lo más probable era que rechazaría a mi amigo, por lo que sólo era cuestión de dejar pasar un par de semanas, quizás un mes, y entonces intentar algo con ella.

Y mi plan hubiera salido muy bien, de no haber sido porque a los dos días Karina le dio el sí a mi amigo. No lo supe por él ni lo supe porque hubiera tenido la maldita oportunidad de mirar al lugar equivocado en el momento justo en que ellos se besaran en la boca; lo supe porque la misma Karina me lo dijo. Como era de esperar, yo le reclamé que me hubiera dicho que era yo quien le gustaba si, a final de cuentas, tenía pensado aceptar a mi amigo. Se la sacó diciéndome que ella a mí no me gustaba, a lo que de inmediato le respondí que no era cierto, que siempre me había atraído físicamente. Ella volvió a sacársela diciéndome que ése era el problema, que sólo me gustaba su cuerpo. Nada más le miré y terminé diciéndole que no tenía idea de cómo había pensado en ella, pero, mala suerte, ya nunca podríamos saber si hubiéramos funcionado como pareja.

Al año siguiente, Karina se mudó a León, Guanajuato, y nunca volví a saber de ella.

Mi amigo entró a mi primera universidad, y nos vimos un par de veces allí, pero después de que cambié de escuela, nunca volví a verle, pese a que él vivía a tres colonias de la mía.

Hubo dos mujeres después de Karina, y ambas me rechazaron. Lo más curioso del asunto es que yo sabía que ambas me rechazarían, e incluso hice las cosas de una manera tal en que hubiera la certidumbre de que no me aceptaran. Y como ya me había sucedido una vez anterior, un año antes, la figura de Eva volvió a hacerse presente en mi mente. Era como si aprovechara esos rechazos para reforzar el rechazo original de Eva. Cada mujer que no me aceptaba, era, en esencia, la misma Eva que una y otra vez me declaraba el miedo que le inspiraba, y a la vez, cada rechazo era una justificación para mantener viva la obsesión por Eva. Mi tótem así podía seguir imbatible, siempre dueña de mí.

Cuando se cumplieron los veinticinco años de la cadena de escuelas en que estudiaba, al dueño se le ocurrió la idea de celebrarlos con una misa en la Basílica de Guadalupe, a la que la asistencia del alumnado fue obligatoria. Para una persona como yo, que ha hecho de su irreligiosidad una bandera ideológica, la idea tenía el mismo gusto que una patada en los cojones. Yo era parte del coro de la preparatoria, aunque en realidad sólo era guitarrista de acompañamiento, porque tengo una voz tan agradable, que cuando canto en la regadera mi perra se pone a aullar. Afortunadamente, por ser los del coro, nos colocaron en un sitio en el que quedábamos ocultos a la vista de todos, lo que me permitió que, mientras se celebraba la misa, pudiera hacer ejercicios de digitación en la guitarra y así no tener que oír una ceremonia que para mí no significaba nada.

Al término de la ceremonia, iba platicando con los otros tres guitarristas, y nos reíamos cautelosamente de que los cuatro habíamos estado jugando con nuestros instrumentos durante la misa, como si hubiéramos cometido un acto de auténtica rebeldía. Justo cuando iba a salir de la basílica, no sé por qué razón, algo me hizo mirar hacia atrás. Busqué primero en las bancas, por si era algo que se me había olvidado, y luego miré hacia el ayate, por ser lo central del lugar. Cuando bajé la mirada, vi a Eva. Le había tocado ser edecán, y como tal, estaba a cargo de ayudar a una profesora con sus alumnos del kínder. En ese momento le ayudaba a un niño con sus zapatos, y debió sentir mi mirada, porque volvió la cabeza justo hacia mí.

Nos quedamos viendo por uno o dos minutos. En ese momento, mis ojos le dijeron todo lo que sentía por ella. Le expresé cuánto le había amado en esos años, cuánto me había obsesionado con ella, cuántas ganas tenía de correr hacia ella y darle el beso que nunca podría darle y, sobre todo, le dije adiós.

Yo no puedo decir qué me dijo ella con los ojos, ni siquiera me atrevo a suponer algo por qué sé que lo que diga sería falso. Pero sí puedo decir que fue una mirada especial, y no era miedo lo que expresaba.

Días después de que nos graduamos de la preparatoria, una amiga me invitó a una comida en su casa. No recuerdo si fue por su cumpleaños, o si fue la típica comida para que no rompiéramos el círculo, lo cual, inevitablemente, terminó sucediendo. Llegué a su casa con mi habitual impuntualidad, y para mi graciosa sorpresa, allí estaba Eva. Si bien sabía que había cursado el último año en el mismo salón de mi amiga, no sabía que hubieran entablado ellas una amistad. Saludé calurosamente a mis amigos, y a los demás con mera cortesía, entre ellos a Eva. En el transcurso de la comida, ocasionalmente miraba hacia Eva, cuya mirada, afortunadamente, nunca se cruzó con la mía.

En un momento, me salí al patio con uno de mis amigos para tomarnos una cerveza tranquilos, porque no soporto estar demasiado tiempo en una reunión en la que se habla en voz alta. Ya solos, mi amigo, uno de los pocos que conocían toda la saga de Eva pese a que le conocí apenas en la preparatoria, me comentó que debería aprovechar la oportunidad para hablar con ella, porque quizá sería la última vez que le vería. Yo me quedé callado un momento, bebiendo y fumando mientras ordenaba mis pensamientos, y finalmente le dije que no tenía caso. Ese día de la Basílica de Guadalupe me había percatado de algo. Después de verle como le vi, con su blusa blanca, su falda negra y su mascada roja, que era el uniforme que llevaban las edecanes, noté que no tenía la más mínima idea de cómo le gustaba vestirse. No sabía qué tipo de música oía, no sabía qué tipo de literatura prefería, es más, ni siquiera recordaba cómo era el timbre de su voz. Sin embargo, podía describirle perfectamente cómo se veía con el uniforme de la secundaria, hasta dónde le llegaba el cabello que, entonces, llevaba peinado en una cola, qué gestos hacía, entonces, cuando se disgustaba o se alegraba, y le podía describir cada uno de mis sentimientos por ella y las babosadas que solía hacer para enfatizarme mi amor. Se lo dije claramente. Yo amaba una idea de Eva que no existía. Yo amaba a “mi” Eva, no a Eva Geyne Gutiérrez, y Eva Geyne Gutiérrez no merecía que yo le ofendiera de esa manera.

Esa comida fue la última vez que vi a Eva, y nunca volví a saber de ella.


Post scríptum
Cuando me preparaba para irme a trabajar por un tiempo en un periódico de Puerto Vallarta, Jalisco, al revisar unos papeles, encontré la foto de mi generación de la secundaria. Me entró una gran nostalgia al ver de nuevo todos esos rostros que en su momento fueron importantes o irrelevantes y nunca he vuelto a ver; incluso algunos de ellos ya fallecieron. Huelga decirlo, el que mayor nostalgia me inspiró fue el de Eva. Picado por la curiosidad, fui a la computadora, y tras una búsqueda en internet, encontré una única foto de ella, cuando participó en un afamado concurso de belleza. No mentiré diciendo que los sentimientos me asaltaron de nueva vez, que fue verle y recordar ese amor ideal pero cobarde, porque no fue así. Pero sí diré que sigue siendo muy hermosa.

12 Comments:

At 11:15 p.m., Blogger ZOW said...

Ufff...

Me devore tu relato, aunque ya conocia una parte.

Un beso.

 
At 12:30 p.m., Blogger Pusha said...

Ni idea como cai a tu blog, pero esta muy interesante!

Escribes unos mega post! (igual que mi morro je je) pero la verdad es que están muy bien escritos, chale, conforme iba leyendo este post, revivía mis propios traumas y miedos de esa época, recorde a tanta gente que tenía encajonada en el fondo de mi cerebro...

Disfrute mucho tu escrito, me estaré dando más vueltas por aqui ;)

Pd. el programa de Penn & Teller no me lo pierdo ja! me pone de buen humor...

 
At 7:47 p.m., Anonymous Anónimo said...

esta super largo pero vale la pena leerlo escribes muy chido... pero guarda a Eva como ùn lindo recuerdo y sigue tu camino
Suerte!!!!!!!!!!

 
At 1:58 p.m., Blogger Víctor Hugo Escalante Razo said...

Gracias por dejar un comentario. Como dijera mi amigo Félix Luis Viera, un gran escritor cubano, rara vez un escritor puede saber quién le lee, y aunque sea de ésta manera, me da gusto conocerles. Para La Pusha: Me dio gusto que mi relato te haya motivado esos recuerdos. A fin de cuentas, para eso es la literatura, para despertarnos las emociones. Para el usuario anónimo: En efecto, Eva es sólo un lindo recuerdo --de allí que haya escrito un relato de mí y no de ella--, que me ha ayudado a seguir en la brega amorosa con una mujer que, curiosamente, no se parece físicamente a Eva. Y bueno, gracias por lo que dicen de mi estilo --ha costado años de "prueba y error" lograrlo--, a lo que sólo puedo decirles que seguiré depurándolo, para no defraudarles la próxima vez que se den una vuelta por aquí.

 
At 5:48 p.m., Anonymous Anónimo said...

oOoH!!! super padre tu historia ehh me gusta mucho como escribes!!
jaja pues eva es mi prima y mmm.. bueno muy bonito!!

 
At 11:00 p.m., Blogger Víctor Hugo Escalante Razo said...

Gracias por tu comentario, Anónimo, y espero entenderás que, por salud mental, prefiero pensar que Eva no es tu prima. De todas formas, un saludo y te agradezco nuevamente lo que dices de mi forma de escribir.

 
At 6:08 p.m., Anonymous Anónimo said...

que buen relato, yo fui novio de itzel aca en cordoba, me hiciste recordar, saludos

 
At 5:53 p.m., Blogger Pedro Galeano said...

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

 
At 6:06 p.m., Blogger Pedro Galeano said...

Conmovedor y terapéutico. Fue como leerlo en un segundo, pero sumergiéndome en infinitos recuerdos y miedos futuros al mismo tiempo.

Buscando en la red sobre "como vencer una obsesión por un ideal" llegué a tu bloc.. Es interesante, escribes muy bien.

Lo busqué en la red porque llegué al límite de la humillación tras la búsqueda de un ideal que nunca se dió. Aunque ambos viviamos el uno para el otro, por años, con momentos felices y odiosos.. por esta relación perdi mi dignidad, mi esperanza, mi autorrespeto,etc.
También llegué a perder cosas materiales, el favor de mis padres, casi pierdo mi carrera en la universidad por una relación que la idealice perfecta. Tal vez por todo lo que quice darle emocionalmente, y es que qizá nunca supe amarla equilibradamente.

Entiendo que para ella también fue un infierno, probablemente peor. Hoy trato de curar los infernales traumas que traen inevitablente consigo las obsesiones. Quice matarme por el dolor indescriptible que siento desgarrandome el alma y la conciencia.

Perdón si los inquieto con mi relato, pero es que ayuda mucho comunicarlo. Quiciera hasta subir mi historia con el permiso correspondiente.

Bueno, escribo esto en señal de gratitud al Escritor, por lo que supo darme en la distancia, de cualquier tipo sea esta.

Creo lo tuyo es en méxico. Mi vida conoce un pequeño círculo social en Paraguay, por lo poco que me relaciono con gente de mi edad. Tengo 21 años, si, aunque suene extraño.

Atentamente.. Pedro Galeano

 
At 12:57 a.m., Blogger Víctor Hugo Escalante Razo said...

Estimado Pedro:

No sé bien qué decirte de tu mensaje. Nunca me imaginé que un texto como éste pudiera calarte tan hondo. Pero sí entiendo cabalmente tu situación.

He de decirte que años después de lo que narré en esta entrada, llegó a mi vida una mujer que me hizo vivir una situación muy similar a la tuya. No diré nombres esta vez, por respeto a ella. Pero sí te diré que fue una relación muy autodestructiva, en muchos aspectos de la psique.

Al igual que tú, llegó un momento en que perdí totalmente el piso. Casi como en cuento de Archi, bastaba que ella o yo tronáramos los dedos para que el otro acudiera a nuestro lado. Prácticamente no hacíamos cosas si no estábamos cien por ciento seguros de que el otro las aprobaría y, en más de una circunstancia, los dos cedimos por entero nuestra personalidad a la "relación".

Con el tiempo, me percaté de que eso es lo peor que podía haberme hecho. Un día, cuando me di cuenta de que no podía darme el gusto de siquiera comprarme un disco porque estaba quitándole un dinero que era para la "relación", abrí literalmente los ojos y supe que eso ya no era sano. Ese mismo día terminé con la relación.

Tienes razón al sugerir que lo peor que puede pasarte es obsesionarte con un ideal, sobre todo porque, como aprendí con el caso de Eva (bien dicen que el ser humano es el único animal capaz de cometer el mismo error dos veces), los ideales son meros constructos mentales, y no existen en el mundo real.

Y no creas que voy a darte un consejo, mejor te hago una invitación. Abre un blog, escribe tu historia (no necesitas permisos, es tu historia; sólo cambia el nombre de ella, para respetar su intimidad) y, si lo crees pertinente, hazla lo más literaria posible. Es decir, juega con todos los pensamientos que pasen por tu mente y plásmalos en el recuento que hagas. Verás que eso te ayudará muchísimo. Y luego de que lo hayas hecho, usa tu blog para escribir todo aquello que te interese, o que creas que valga la pena comentarse, o simplemente escribe cualquier tontería, que un blog es como tu mente: nadie más tiene control sobre él.

Y sí, lo mío es en México, pero con esto de las computadoras, las distancias son tan cortas como un par de kilobytes. Paraguay es un buen país, y ojalá algún día tenga la fortuna de visitarlo (mi hermano ya lo conoce, pero él ha tenido más suerte).

Ah, y antes de que se me olvide. No te apures. Yo no tuve más de tres amigos hasta que cumplí los 28 años, cuando, por cuestiones laborales, aprendí a ser un poco más sociable (¿o será que los demás estaban igual de jodidos que yo y por eso les agradé?). Y lo que te comenté de la relación aquella, sucedió cuando tenía 23 años, o sea que no eres tan extraño, mi reciente amigo. Sólo somos seres vivos y, pues, estas cosas a veces nos pasan.

 
At 12:39 p.m., Anonymous Anónimo said...

Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

 
At 11:21 p.m., Blogger Víctor Hugo Escalante Razo said...

Pues, no sé si sea cierto o no lo que dices en tu comentario; pero considero una gran falta de respeto que lo hayas dicho. Entiendo que te pudo haber dolido eso, pero nunca aceptaré que hagas público algo que es tan privado. Así que en este mismo momento borro tu comentario, y espero que no vuelvas a publicar algo así.

 

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