viernes, agosto 24, 2007

EVA QUIERE DEJAR DE SER COSTILLA

A mi entender, existen dos formas de feminismo: una en que la mujer es vista como ente de poder, y otra como ente social. Si bien ambas buscan modificar la situación de la mujer en la sociedad, la primera (y desgraciadamente la más conocida) pretende una discriminación total entre hombres y mujeres, esto es la feminidad autogobernada por la feminidad. Es el ámbito de la mujer que piensa en castraciones poco más que abstractas, que se desenvuelve en círculos femeninos tan exclusivos que se vuelven elusivos de normas no dictadas por lo meramente femenino. O sea, la amazonia sáfica sin tonos de grises.
La otra forma busca la inclusión, por lo que plantea modificar el sistema para que sus derechos sean correspondientes a sus obligaciones. Es el ámbito de lo femenino en público, interactuando con lo masculino para llegar a un beneficio en común. O sea, la mujer comprendida dentro del contrato social.

En lo personal, no comulgo con las primeras, para las que hace mucho se acuñó el término feminazi, pues la idea de un “machismo” sin penes me parece harto absurda por retrógrada. La cosa no es implantar la “dictadura feminista”, porque su lucha se desvirtuaría al final. Un ejemplo es lo sucedido en la extinta Unión Soviética. Cuando en ese país se decretó que los hombres tenían prohibido golpear a las mujeres, se presentaron infinidad de casos en los que las mujeres abusaron físicamente de los hombres, y lo que se había pensado para acabar con un abuso y dar paso a una sociedad más equitativa, terminó en un abuso igual que se aprovechaba de una laguna jurídica.

Sí comulgo con las segundas, porque siempre he respetado a quien defiende su libertad (incluso mediante la fuerza) pero para el bien de la sociedad, no de una elite. Si modificamos nuestro sistema para que la mujer sea un ente productivo en vez de meramente reproductivo, tendremos una sociedad en la que todos los individuos, sin diferencia de género, carguen con la misma responsabilidad para hacerla operante y perdurable. Ya no se trata de que la mujer se dedique únicamente a reproducir individuos y formas de cultura, sino que coopere en la creación y recreación de dichas formas; esto mismo aplica para la cuestión económica, pues la mujer ha de ser un ente participativo en su totalidad.

Mas no se piense que las apoyo sin beneficio propio. La liberación femenina llevaría indefectiblemente a la liberación masculina. Aparte de los beneficios que da el tener una responsabilidad compartida en la economía del hogar, la educación de los hijos y la adquisición de bienes suntuosos, la nueva mujer que se propone me resulta deliciosa. ¿Por qué? En primera, yo quiero en casa una compañera, no una sirvienta, y ello implica que me apoye y critique en los distintos avatares de la vida. En segunda, yo quiero en mi vida una compañía, es decir, alguien que me complemente mi visión del mundo, que me ayude a descubrir lo que ignoro, que me modifique para mejorar. En tercera, porque quiero alguien que sepa ser libre, desde el despertar hasta el dormir, sin que dependa de mí más que para las mismas cuestiones que yo la necesito. O sea, lo que quiero es un ser humano, no un objeto a mi entera disposición.

Como ya lo sabe el lector, la frase que da título a este texto es de Silvio Rodríguez, y si bien podría considerarse bueno que los hombres empecemos a plantearnos la cuestión, creo que es la mujer quien debe llegar a la mesa con sus exigencias y ponerlas a discusión con nosotros, para que juntos lleguemos a un buen acuerdo. Sobran los casos de mujeres políticamente activas (no sólo en las esferas de mando, a lo que erróneamente hemos circunscrito lo “político”; a veces hay que leer un poco a Aristóteles) que han luchado por el cambio, y también sobran los casos de las mujeres que denuncian los abusos en foros públicos, pero ¿qué hay del arte? Quitando a los energúmenos “a la Lorena Bobbit” (como la que disparó a Andy Warhol y cuyo nombre no me molestaré en buscar), existen las escritoras que denuncian (Sylvia Plath), las que se subliman más allá de lo femenino para aspirar a lo humano (Olga Orozco), las que se sostienen, y por ende se subliman, como femeninas (Nelly Keoseyán). Y la lista sigue y sigue, pues su nombre es legión. Así, en un golpe de suerte, en un foro de discusión literaria hallé un texto de una poeta chilena que me dejó boquiabierto.

Esta escritora se llama Eloisa Echeverría, y ella misma se dice principiante en las letras, pero a sus cuarenta años tiene la vida suficiente para tomar la pluma con carácter. El poema en cuestión, dice ella, lo escribió por la situación que viven las mujeres en su país, Chile. Mientras ellas hacen todo lo que está en sus manos para que funcionen las relaciones (esto siempre hay que tomarlo con reserva, pero concedamos el beneficio de la duda), parece que los hombres son imposibles de satisfacer y terminan matándolas o mutilándolas. Da una cifra: al 21 de agosto de 2007, 40 mujeres fueron asesinadas por sus cónyuges o convivientes. (Para los cínicos: en efecto, la cifra no es comparable con las muertas de Juárez y las de otras naciones, pero una mujer asesinada es un crimen aquí y en China; no importan los números, importa que se asesina a un ser humano.) Ella acepta que, como suele suceder, su voz es pequeña, pero, como bien dice ella misma, si muchas voces hablan a la vez, se vuelven un grito, y el grito puede convertirse a su vez en clamor. La mujer debería tener el derecho inalienable de expresarse libremente, y si la sociedad se lo niega, hay que cambiar a la sociedad. Venga, Eloísa, grítale a los sordos lo que opinas.

EVA… (A LAS EVAS QUE YA NO ESTÁN)

Me sueño pintando letras,
que dejen al mundo éste patas para arriba.
Me sueño en el umbral del universo mayor
pintando manzanas para que algunos, los que más se pueda,
se tienten en comer.
Porque soy Eva a cada paso,
a cada movimiento de mis ojos, de mis manos,
no importa como me nombraron hoy,
me califican, me golpean, me cuantifican igual
y sigo pagando con creces, con hieles,
la travesura ingenua, ¡pajarona! que otra cometió
y con cada risa o con cada llanto el estigma sigue
porque él considera, apela, justifica
explica o manda que es lo mejor.

Anhelo sueños con colores verdaderos,
al despertar, al vivir, al amar, al soñar,
porque si hablo, porque si escribo de mí,
soy Eva amargada, soy Eva resentida, trasgresora Eva
Eva llorona,
contéstame entonces
¿Por qué, si yo, Eva, te traigo a la vida
sigo siendo, existiendo, padeciendo, respirando, vomitando,
como la que Dios sacó de tu costilla?
Tu costilla resentida,
tu costilla celosa,
tu costilla machista, costilla dices más realista,
¡costilla, pobre, estoy pegada a tus bolsillos!

Sueño con que se verá, se vivirá, se dolerá
varón naciendo con dotes de hembra,
varón pariendo, sudando, sangrando,
allí comprenderán lo de la manzana,
comprenderán lo que es salir de una costilla
de una costilla ser creado
sin haber pertenecido en realidad jamás.

Pintaron en mi rostro, en mis ojos ,en mi piel,
"prohibido soñar más allá de tu vientre",
mis alas las quemaron para volar,
y el amor me lo facturaron contra entrega,
en la medida que yo, Eva, pueda dar,
protección, lucha, lascivia, sacrificio,
maternidad, sexo para el dueño de esa costilla.

Sueño hacha en mano rompiendo estigmas;
si creo que sé las respuestas
no me escuchan, me hacen callar, soy Eva,
si creo que el huevo fue antes que la gallina
me nombran Eva ilusa
porque siempre uno más uno es dos,
allí, vengo de las chacras, con ojotas,
no de su costilla,
costilla perversa, insana,
¿Cuándo me vas a perdonar que no sepas pintar manzanas?
costilla, no te afirmes en mí para despegar,
caminemos, tal vez, despertemos de éste sueño,
¿o es tu sueño? ¡qué locura!
costilla
¡quiero dejar de sangrar para amamantar!

Costilla, soy Eva, me tienes,
trapeas el piso con mis cabellos,
soy Eva, me matas si defiendo a otra
que salió de otras costillas de Adán.
Soy Eva, me tienes que odiar,
yo tengo la culpa si te dejo de apoyar, si no te amo más,
soy Eva, mi estigma me hace tener que
cuadrar, no sollozar, no renunciar, no apelar,
soy Eva, mi estigma me hace tener que
cuadrar, no sollozar, no renunciar, no apelar.
Soy Eva, mi estigma me sigue, me persigue, me revienta,
¿Por qué no fuiste valiente y te quedaste con tu costilla?
Porque concluyo que me sacaron de ti ya que andabas lloriqueando ausencias.
¿Dónde estaba yo que no me dieron a elegir?
Juegas, rompes, lloro. Al final te tengo que perdonar.
Pensaré como puedo desahogarme
tal vez, haciendo que otros coman las manzanas que pinto.
Por otro lado, me queda el consuelo que te comiste una igual,
y no te la pudiste tragar, ¿Será esa tu tranca?
Ódiame, soy Eva, soy locamente Eva, amargadamente Eva,
encerradamente Eva.
Sin mente Eva.
Debo ser tristemente Eva, apagada, encerrada,
solitariamente Eva porque si soy alegre,
soy prostitutamente Eva.
¡Necesito devolverte tu costilla!

Eloísa Echeverría

Pregunto: ¿ahora sí se oyó, o cuánta sangre más necesitan? Hmmm, después de todo, ahora entiendo un poco mejor a ciertas castradoras. ¡Eva ha muerto, viva la mujer!