domingo, noviembre 12, 2006

Y CON LA IGLESIA TOPAMOS, SANCHO

Como muchos de ustedes sabrán al momento, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, de México, promulgó una ley en la que se dio al concubinato el carácter de relación legal. Esto quiere decir que toda pareja que registre su relación ante el juzgado civil como una "sociedad de convivencia" (cuán cursi puede volverse una cosa cuando se le da un término legal), goza de presencia legal aun cuando sus partes no estén avaladas por el contrato matrimonial. Y cuando hablamos de toda pareja, realmente se quiere decir TODA pareja. Ello engloba a parejas heterosexuales que han vivido en concubinato por un tiempo menor a cinco años (en una legislación previa, a los cinco años de cohabitar en un hogar común, o al haber hijos de por medio, las partes contraían derechos legales; la nueva legislación amplía el espectro a cualquier momento del concubinato) y a las parejas de homosexuales. Esto último fue lo que hizo a más de uno pegar el grito en el cielo, ya que es bien sabido que la homosexualidad es un hecho inadmisible en nuestra sociedad. No me hubiera molestado que los miembros de mi sociedad gritaran, como es su costumbre, en contra de algo que considerasen contrario a sus costumbres (la democracia también implica oponerse a las medidas tomadas por el estado), más que nada porque ya estoy muy acostumbrado a la hipocresía --doble moral, si se prefiere-- de mi sociedad, que, por ejemplo, siempre se ofende por el racismo del extranjero, pero es una de las más racistas del planeta. Lo que sí me molestó es que, como también es su costumbre, el Episcopado Mexicano no dudó en meter su cuchara, y regó el tepache (dicho sea con perdón de los católicos) como en su momento lo hizo El Vaticano cuando en España se promulgó una ley que legalizaba las uniones homosexuales.
¿Por qué digo que el Episcopado Mexicano se equivocó? Dos primeras cuestiones me vienen a la mente: uno, el estado mexicano es, legalmente, de carácter laico, lo cual significa que tanto la legislación como la aplicación de sus códigos no pueden obedecer a razones de carácter religioso, y el Episcopado Mexicano, en su conferencia de prensa, usó argumentos de carácter religioso para oponerse a la mentada ley; dos, la Constitución mexicana ordena que todos los ciudadanos mexicanos gozan de las MISMAS garantías sin DISTINCIÓN, ya sea de género, ideología, credo o política, por lo que el Episcopado Mexicano volvió a equivocarse al decir, en la misma conferencia de prensa, que la legislatura del DF no podía promulgar leyes que ofendiesen los valores morales de la mayoría de la población "mexicana" (o sea, no únicamente a la defeña, sino a la de toda la nación).
Olvida el Episcopado Mexicano, y todos aquellos que no dudan en atacar verbal y físicamente a los "jotos" (¿por qué siempre es contra de los hombres? El lastre de México sigue siendo su machismo retrógrado), que en este país TODOS los individuos gozamos de los mismos derechos según nuestra Constitución. Ya sé que del dicho al hecho hay mucho trecho, y que lo que es de derecho no siempre es de hecho, pero al menos en teoría es así legalmente. Sin embargo, la iglesia católica mexicana, que nunca ha cerrado las heridas que le causaron primero las leyes de Reforma y luego la "ley Calles", siempre se ha querido sostener como la principal hegemonía ideológica de México (lo siento, señores sacerdotes, pero Televisa ya les ganó ésa). Con esto quiero decir que la iglesia católica quiere seguir siendo la que dicte los patrones de cultura y comportamiento del país. Y como es bien sabido, para los católicos la homosexualidad es una abominación. Bueno, señores de la jerarquía católica y fieles que le acompañan, les tengo una mala noticia: el estado mexicano no puede regirse por argumentos de carácter metafísico, sino que tiene que operar de acuerdo a la realidad física. La homosexualidad, buena, mala, regular o peor, y les guste o no les guste, es una realidad no sólo de este país, sino de todo el mundo. Pero antes que homosexuales, son CIUDADANOS MEXICANOS, por lo tanto, gozan de los mismos derechos que ustedes, que yo, y que la abuelita de Batman si ésta fuera real. Aunque ustedes fueran 90 millones y los homosexuales en el país apenas 1 millón (claro que estoy manipulando las estadísticas, estos no son números reales), ese millón tiene la misma presencia legal que los otros 90 millones. La iglesia católica mexicana siempre es pronta en gritar cuando, a su parecer, se viola el derecho a la libertad de culto en México, pero es igualmente pronta para violar los derechos de todo aquel que no se rige según los cánones morales del catolicismo.
En nuestro código civil, y ahora más con la enmienda que ha causado tanto furor, está claramente establecido que TODOS los ciudadanos mexicanos tenemos el derecho a formar un hogar con la persona que elijamos, siempre y cuando no haya coacción de por medio. Y me pregunto y les pregunto, señores jerarcas católicos mexicanos, ¿en qué parte del "todos" no pueden entrar los homosexuales que no obliguen a otro a formar un hogar? ¿Únicamente por su preferencia sexual? ¿La preferencia sexual es motivo de suspensión de garantías en este país? Desde que cayó el régimen porfirista, no. Si bien es cierto que durante la época priista, especialmente en las décadas de 1940 y 1950, la homosexualidad cabía dentro del apartado de "faltas a la moral", esto no es así desde la década de 1960. Léase bien: en México, la preferencia sexual NO implica suspensión de garantías.
Pero, ya que el Episcopado Mexicano argumenta que la homosexualidad denota una incapacidad moral y, por tanto, imposibilita al individuo a ser un buen ciudadano y, por ende, debe ser penalizada, yo les voy a seguir el jueguito de las suposiciones. Como han de saber, existe un juego en el que a una persona se le dicen las características morales de tres individuos y, sin decirle los nombres, se le da a escoger la que, a su parecer, es la mejor. Como es demasiado conocido el final, y aunque me tachen de aguafiestas, me referiré al que más mella hace. Hitler (sí, ese Hitler) se mantuvo virgen hasta el matrimonio (¡ups!), jamás mostró una conducta lasciva (¡doble ups!), enarbolaba la pureza moral como una prueba de superioridad (¡triple ups!) y repudiaba la homosexualidad por considerarla una aberración (¡y home run de ups!). Así, resulta que el hombre de quien se dijo y se dice que fue la mismísima encarnación del mal, cumplía con todos los requisitos de la moral católica, tanto que un papa (sí, un papa) se hizo de la vista gorda cuando ya se ponía en práctica la Solución Final (no sé cuántos ups valga esto, pero de menos los seis millones de judíos que murieron en los campos de concentración, con todo y bendición papal).
Por otro lado, el gran Oscar Wilde escribió uno de los libros con una de las mayores lecciones morales de la historia de la literatura. A quienes hemos leído El retrato de Dorian Grey nos quedó muy claro que la liviandad moral no puede llevar a algo bueno. Y ¿qué hizo una sociedad con mentalidad puritana? Castigó a Oscar Wilde por ser homosexual, y ni siquiera por serlo activamente, sino únicamente por ser un voyeurista homosexual. Conste que salvo en este caso a los católicos, pues fueron anglicanos quienes castigaron a Wilde; pero sí quiero dejar en claro que la actitud que hoy muestran los jerarcas católicos mexicanos (y de todo el mundo, honestamente) es exactamente la misma que sumió a Inglaterra en un oscurantismo cuasi medieval en pleno siglo XIX. Tanto que criticamos a los árabes por su fundamentalismo, y lo primero que hacemos es ser más fundamentalistas que los talibanes (con la diferencia de que, por fortuna, la iglesia católica está incapacitada políticamente para actuar como los talibanes). ¿No me creen? Pues, yo sí recuerdo cuando el obispo (¿o arzobispo?) de Guadalajara dijo que él pagaría la multa de quienes destruyeron una exhibición de arte porque defendían la pureza de la fe católica.
Estamos en los albores del siglo XXI, y hay que reconocer que, nos guste o no nos guste, el mundo está cambiando. No podemos regresar a los tiempos en que a los cristianos se les arrojaba al circo a ser martirizados (¡recontraups!) porque atentaban ideológica, política y moralmente contra la sociedad romana (¡sin-cuenta ups!). Si los católicos quieren que los no católicos los respetemos, los primeros en respetar deben ser ellos. Y como ya sé qué estarán pensando algunos, haré una aclaración que nadie me ha pedido: no soy homosexual. Mi prometida se llama Ana, todas mis parejas anteriores a ella han sido mujeres y jamás por la mente me ha pasado tener un affair homosexual. Sin embargo, sí tengo amistades que son homosexuales, tanto masculinas como femeninas. He conocido homosexuales con mejores valores morales que muchos heterosexuales, y a varios que espero no volver a encontrar en mi vida por ser nefastos. Cuando converso con una persona, lo que me importa es que tenga algo en la cabeza y no lo que haga con el culo, que ése no me platica nada. Si queremos avanzar como sociedad (y no terminar como Afganistán), lo primero que debemos hacer es respetar que alguien tenga una forma de vida contraria a la nuestra, y que como SER HUMANO, tiene el mismo derecho que yo a vivir la vida según los códigos legales que tenemos.
Así, espero que el Episcopado Mexicano se ocupe únicamente de las tareas propias de su oficio, y que nos deje a los ciudadanos decidir bajo qué parámetros queremos ser gobernados. Si los mexicanos, sin coacción de por medio, decidimos que la sociedad de convivencia homosexual no es admisible en México, los legisladores tendrán que prohibirla (vox populi, vox rex); pero si queremos seguir siendo un país donde las libertades individuales sean más importantes que el parecer de una sección (sea ésta o no la inmensa mayoría de la población), entonces todos coludos y nadie rabón.
P.S. Pido perdón por los subrayados, pero a ver si así algunas personas entienden lo que realmente vale.