GRACIAS, BLUE PANTHER
Hace diez o doce años perdí el interés por la lucha libre. Pese a que me gustaba mucho, terminé por decepcionarme a causa de que, como todo mundo sabe, es un espectáculo en el que hasta los accidentes están programados. Por entonces, no tenía la madurez para entender que el guión no la demeritaba como espectáculo. Pero hará unos seis meses, al no encontrar algo mejor que ver en la televisión un sábado por la tarde, decidí ver aunque fuera una caída de la transmisión sabatina. La lucha seguía igual de coreografiada que antes, los nombres eran, en su mayoría, los mismos de antes, y descubrí que me seguía gustando igual que antes. Cierto, ya no cometí el error de tomarla como deporte espectáculo, y al pensarla como espectáculo deporte, pude recobrar la emoción que me inspiraba antaño. Aparte de seguir celosamente las transmisiones por televisión, he comenzado una colección de mascaritas de luchadores. Son de tela, con adornos en plástico, y miden alrededor de 8 cm de alto por 4 de ancho. Al momento tengo 94, y son lo único de la lucha que mi novia comparte conmigo. Quizá algún día suba las fotos de mi pequeña colección de pequeñas máscaras.
La primera vez que asistí a una arena a ver una función de lucha libre fue en 1991, cuando Blue Panther desenmascaró a Love Machine. La ocasión lo ameritaba, porque casi desde el inicio de mi afición original mi luchador favorito fue Blue Panther. Así, no podía dejar de ir a verlo en vivo y a todo color, y más en algo tan importante como una lucha de apuesta. (Para los que no sepan de lucha libre mexicana, una lucha de apuesta es aquella en la que dos o más luchadores apuestan ya sea la máscara o la cabellera. El perdedor debe desenmascararse --y nunca volver a usar esa máscara-- o raparse.) Y salí de la arena con una mezcla muy extraña de emociones, pues aun cuando Blue Panther ganó, salió en camilla. De cualquier forma, fue un gran momento que me dejó un recuerdo imborrable. Fui a otras, pero ninguna me fue tan importante como ésa.
Lo curioso es que, ahora con mi afición renovada, la primera vez que volví a pisar una arena fue ayer, viernes 28, para una lucha en la que Blue Panther apostaba la máscara. Bueno, lo acepto, no es tan curioso: fui porque quería ver a Blue Panther ganar otra vez. 8 luchadores participaron primero en una lucha en jaula, quedando los últimos Blue Panther y Lizmark Jr., por ende, ellos dos habrían de jugarse las máscaras. De tanto gritar, tengo la garganta tan irritada que, por primera vez en mi vida, me he abstenido de fumar. No miento si les digo que pocas veces en mi vida he experimentado una excitación como la de ayer por la noche. Las dos veces que Lizmark Jr. puso en espaldas planas a Blue Panther, me fueron de un miedo absoluto, y era un gran alivio cuando no llegaba la tercera palmada; las dos primeras veces que Blue Panther estuvo a punto de rendir a Lizmark Jr. pero tuvo que romper la llave a causa de haber cuerdas de por medio, sucedió lo contrario: pasé de una gran excitación al desconsuelo. Era tal mi ansiedad, que hubo momentos en que me mordí un dedo para soportar los nervios. Y entre tanto, gritar una y otra vez, con toda mi fuerza, "Panther, Panther, Panther". Cuando finalmente, con una palanca al brazo --que ahora parece ser la llave de la casa--, Lizmark Jr. se rindió, me levanté de un brinco de mi asiento y pegué un grito de júbilo como nunca pensé que se pudiera gritar. Era tal mi euforia, que me salieron un par de lágrimas (sí, sé que no suena muy varonil eso, pero, carajo, realmente me sentí feliz). Durante todo ese tiempo y hasta que salí de la arena (salvo por un instante en que vi el rostro de Lizmark Jr.), no pude dejar de ver al maestro lagunero, ahora con un orgullo mayor al de mi primera experiencia. No pensaba otra cosa más que las palabras que dan título a esta entrada, y que ahora repetiré con todo el afecto de mi admiración: Gracias, muchas gracias, Blue Panther.
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