2. Siddharta
La segunda condicionante es más compleja y, a la vez, más sencilla.
Casi desde que nacemos, hay dos cuestiones que nos dominan en los diferentes estados de la vida: dudar de cuál es nuestro lugar en el mundo y de cuál es la finalidad de nuestra vida. Como son más marcadas en las etapas posteriores a la pubertad, me abocaré a las generalidades que se presentan en éstas. Empezaré por el principio de la primera.
Cuando uno sale de la infancia, junto al cambio físico y metabólico, se experimenta un cambio situacional que bien podría compararse con un segundo alumbramiento. Antes, el mundo era muy reducido, con muy pocos actores (la familia, los vecinos, los profesores y los amigos) y muy pocos escenarios (el hogar, el lugar de juegos, la escuela y otras casas), por lo que tanto las formas y los contenidos de la vida eran perfectamente comprensibles, igual que el papel que uno jugaba en ella, limitado a tan pocas opciones. Pero al entrar a la adolescencia aumentan considerablemente el número de actores con los que uno debe relacionarse y el número de escenarios en los que desenvolverse, provocando que no se sepa cómo se debe relacionar uno con todos ni cómo se debe comportar uno en todos, es decir, se pierde el suelo y no se tiene idea de qué terreno se está pisando. Así, uno no alcanza a definir con precisión cuál es el papel que se juega en los diferentes escenarios ni cuál es la posición en relación con otras personas, en pocas palabras, no se sabe qué ni quién se es, y se piensa que uno no es chicha ni limonada y que a lo mejor uno es tepache aunque todo pinta a que se es caldo de pollo. Por ejemplo, se puede ser el matasiete de la escuela, aplaudido por quienes le tienen miedo y repudiado por los que ni lo pelan pero que les dejó un ojo de cotorra sólo para que él pueda decir que es la chucha cuerera de la secundaria, mismo que se mea en los pantalones cuando el hermano mayor lo sobaja por ser un papanatas que saca puro seis, mismo que llora para sus adentros cuando su papá le llama maricón porque su timidez le impide ser franco con la chavilla que le llena los gustos, misma que está enamorada de él pero que anda con el matasiete de su escuela porque él sí tuvo el valor de hablarle, y líguense tantos dramas juveniles como le dicten la vida y la literatura.
Obviamente, al no saber qué se es, no se puede tener una idea de quién se es. Sería muy fácil definirnos como animales, o seres pluricelulares, u organismos complejos de estructuras proteínicas de base carbónica (no sé si lo haya dicho correctamente, pero sonó bien chiroliro, así que lo dejo). Desgraciadamente, la cosa no es tan fácil. Como dijera Quino, a los humanos nos tocó el estúpido papel de ser animales "superiores" (aunque la changa se diga homo sapiens sapiens, changa se queda), y así, uno tiene que definirse de acuerdo a conceptos que tienen muy poco que ver con lo biológico, pues la misma sociedad nos antepone el qué al quién en nuestra tarjeta de presentación: licenciado fulano de tal, arquitecta sutanita o carpintero perenganito y el Negro José (lo siento, pero es que me late un chorro y dos montones esa canción). Honestamente, cuesta uno y la mitad del otro identificarnos un papel real (que no nuestro justo papel; eso va más adelante, pero despacio que llevo prisa), ya que el abanico de opciones es tan grande que se termina adoptando dos o más al unísono. Así, nuestra tarjeta de presentación se vuelve un chorizo más o menos así: El señor médico director de la subespecialidad de obstetricia del departamento de ginecología del hospital central de la moderna ciudad capital del céntrico país subdesarrollado del cuarto continente del tercer planeta del sistema solar de la Vía Láctea (y el que quiera que le apunte hasta el universo puede irse derechito a Andrómeda) que gusta de tocar la guitarra rítmica en un conjunto de rock sesentero los sábados en que no acude a tomar clases de tru-trú con su esposa con la que lleva veinte años de casado y procreó tres hijas que le salieron bastante buenas... para la escuela, cabe aclarar. Sin embargo, es más que probable que el señor médico director de patatín patatán con las hijas tan buenas... para los deportes, cabe aclarar, siga sin tener la más mínima idea de quién es, porque a lo mejor su justo papel en la vida no era ser el señor médico pinpan pun zas con esas hijas buenísimas... ahora sí en lo que se pensaba, cabe aclarar, y quizás su función en la vida era ser vendedor de chicharrones en los partidos de fútbol de la escuela de esas hijas tan buenas. (¿A poco creían que les iba a omitir?)
Para poder definir qué se es, el hombre necesita contestarse una pregunta muy simple pero de difícil respuesta: ¿soy útil en lo que estoy haciendo? Retomemos a nuestro amigo de las tres hijas que ya saben cómo están. Dejemos de lado los papeles de esposo (que no lo desempeña tan mal, porque eso de hacer tru-trú, pues...) y de progenitor (que ya sabemos que lo desempeñó muy bien por como están las hijas) y tomemos sólo su papel de médico. Creo que es indudable lo útil que es la profesión médica, y nuestro amigo no ha de ser tan malo como médico donde ya es director de un departamento en un hospital, así que podemos asumir que es útil tal como se entiende el término. Pero es posible que él no piense igual. A lo mejor él siente que su capacidad para diagnosticar y aplicar tratamientos es menor de la que nosotros le imputamos y, aun cuando sea una eminencia, siente que no está siendo tan útil como lo sería vendiendo chicharrones en los partidos de ya saben quiénes.
Así, huelga decirlo, la segunda condicionante de la vida es identificar qué se es realmente, para poder acceder al conocimiento de quién se es.
La segunda condicionante es más compleja y, a la vez, más sencilla.
Casi desde que nacemos, hay dos cuestiones que nos dominan en los diferentes estados de la vida: dudar de cuál es nuestro lugar en el mundo y de cuál es la finalidad de nuestra vida. Como son más marcadas en las etapas posteriores a la pubertad, me abocaré a las generalidades que se presentan en éstas. Empezaré por el principio de la primera.
Cuando uno sale de la infancia, junto al cambio físico y metabólico, se experimenta un cambio situacional que bien podría compararse con un segundo alumbramiento. Antes, el mundo era muy reducido, con muy pocos actores (la familia, los vecinos, los profesores y los amigos) y muy pocos escenarios (el hogar, el lugar de juegos, la escuela y otras casas), por lo que tanto las formas y los contenidos de la vida eran perfectamente comprensibles, igual que el papel que uno jugaba en ella, limitado a tan pocas opciones. Pero al entrar a la adolescencia aumentan considerablemente el número de actores con los que uno debe relacionarse y el número de escenarios en los que desenvolverse, provocando que no se sepa cómo se debe relacionar uno con todos ni cómo se debe comportar uno en todos, es decir, se pierde el suelo y no se tiene idea de qué terreno se está pisando. Así, uno no alcanza a definir con precisión cuál es el papel que se juega en los diferentes escenarios ni cuál es la posición en relación con otras personas, en pocas palabras, no se sabe qué ni quién se es, y se piensa que uno no es chicha ni limonada y que a lo mejor uno es tepache aunque todo pinta a que se es caldo de pollo. Por ejemplo, se puede ser el matasiete de la escuela, aplaudido por quienes le tienen miedo y repudiado por los que ni lo pelan pero que les dejó un ojo de cotorra sólo para que él pueda decir que es la chucha cuerera de la secundaria, mismo que se mea en los pantalones cuando el hermano mayor lo sobaja por ser un papanatas que saca puro seis, mismo que llora para sus adentros cuando su papá le llama maricón porque su timidez le impide ser franco con la chavilla que le llena los gustos, misma que está enamorada de él pero que anda con el matasiete de su escuela porque él sí tuvo el valor de hablarle, y líguense tantos dramas juveniles como le dicten la vida y la literatura.
Obviamente, al no saber qué se es, no se puede tener una idea de quién se es. Sería muy fácil definirnos como animales, o seres pluricelulares, u organismos complejos de estructuras proteínicas de base carbónica (no sé si lo haya dicho correctamente, pero sonó bien chiroliro, así que lo dejo). Desgraciadamente, la cosa no es tan fácil. Como dijera Quino, a los humanos nos tocó el estúpido papel de ser animales "superiores" (aunque la changa se diga homo sapiens sapiens, changa se queda), y así, uno tiene que definirse de acuerdo a conceptos que tienen muy poco que ver con lo biológico, pues la misma sociedad nos antepone el qué al quién en nuestra tarjeta de presentación: licenciado fulano de tal, arquitecta sutanita o carpintero perenganito y el Negro José (lo siento, pero es que me late un chorro y dos montones esa canción). Honestamente, cuesta uno y la mitad del otro identificarnos un papel real (que no nuestro justo papel; eso va más adelante, pero despacio que llevo prisa), ya que el abanico de opciones es tan grande que se termina adoptando dos o más al unísono. Así, nuestra tarjeta de presentación se vuelve un chorizo más o menos así: El señor médico director de la subespecialidad de obstetricia del departamento de ginecología del hospital central de la moderna ciudad capital del céntrico país subdesarrollado del cuarto continente del tercer planeta del sistema solar de la Vía Láctea (y el que quiera que le apunte hasta el universo puede irse derechito a Andrómeda) que gusta de tocar la guitarra rítmica en un conjunto de rock sesentero los sábados en que no acude a tomar clases de tru-trú con su esposa con la que lleva veinte años de casado y procreó tres hijas que le salieron bastante buenas... para la escuela, cabe aclarar. Sin embargo, es más que probable que el señor médico director de patatín patatán con las hijas tan buenas... para los deportes, cabe aclarar, siga sin tener la más mínima idea de quién es, porque a lo mejor su justo papel en la vida no era ser el señor médico pinpan pun zas con esas hijas buenísimas... ahora sí en lo que se pensaba, cabe aclarar, y quizás su función en la vida era ser vendedor de chicharrones en los partidos de fútbol de la escuela de esas hijas tan buenas. (¿A poco creían que les iba a omitir?)
Para poder definir qué se es, el hombre necesita contestarse una pregunta muy simple pero de difícil respuesta: ¿soy útil en lo que estoy haciendo? Retomemos a nuestro amigo de las tres hijas que ya saben cómo están. Dejemos de lado los papeles de esposo (que no lo desempeña tan mal, porque eso de hacer tru-trú, pues...) y de progenitor (que ya sabemos que lo desempeñó muy bien por como están las hijas) y tomemos sólo su papel de médico. Creo que es indudable lo útil que es la profesión médica, y nuestro amigo no ha de ser tan malo como médico donde ya es director de un departamento en un hospital, así que podemos asumir que es útil tal como se entiende el término. Pero es posible que él no piense igual. A lo mejor él siente que su capacidad para diagnosticar y aplicar tratamientos es menor de la que nosotros le imputamos y, aun cuando sea una eminencia, siente que no está siendo tan útil como lo sería vendiendo chicharrones en los partidos de ya saben quiénes.
Así, huelga decirlo, la segunda condicionante de la vida es identificar qué se es realmente, para poder acceder al conocimiento de quién se es.
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