martes, octubre 28, 2003

No tengo la más mínima idea sobre cómo voy a utilizar este espacio. Por principio de cuentas, solamente he leído un blog y no sé qué tipo de asuntos se suelen tratar en una tribuna como ésta. Pero intuyo que hay grandes posibilidades en esto, y anoto en mi agenda leer más blogs, para documentarme un poco al respecto. Por lo pronto, explicaré la razón del título.

Hace ya muchos años, cuando tenía nueve o diez de edad, encontré en la biblioteca de mis padres una edición, bastante maltratada, de la poesía de Bécquer. Lo empecé a leer sin curiosidad, pero a las pocas páginas fui arrobado por él. No era el primer libro que leía (ya antes había leído y releído una antología de cuentos de Perrault y otra de Andersen), pero sí fue el primero que me hizo tomar en serio la literatura.

Me explicaré para oscurecerme mejor, como dice Monsiváis.

Antes de ese libro, la literatura, para mí, era un mero entretenimiento entre dos juegos, entre una travesura que había terminado, bien o mal, y una que debía planearse; a partir de Bécquer se volvió una necesidad, pues despertó todas las curiosidades que palpitaban en mí. Si bien es cierto que aún me faltaban un par de años para sentir --y comprender-- las ideas que allí se decían, adiviné que mi vida intelectual giraría en torno a la literatura, en general, y a la poesía, en específico.

Así, la literatura se volvió mi "chancro intelectual", porque, al igual que al lujurioso la sífilis le deja huellas visibles que anuncian su afición, mi hábito por los libros también me las deja. Casi no tengo otro tema de charla; doquiera que voy, siempre llevo uno o dos libros, aunque no esté seguro de que haya oportunidad de leerlos; soy tachado de ermitaño por darle a los libros el tiempo que debería dar a mi vida social, e incluso he tenido problemas familiares por contestar de mal modo cuando me interrumpen la lectura. Además, estas huellas --no son las únicas--, al igual que los chancros sifilíticos, aparecieron después de un intenso placer. Afortunadamente, para mi enfermedad no existe tratamiento con penicilina.

Bueno, habiendo ya explicado el porqué del título, resta definirme cómo voy a usar este espacio. Considero que me siento igual a como debe sentirse un aprendiz de carnicero al que, en su primer día de trabajo, le ponen una res completa enfrente. Pienso que lo mejor es hacer disertaciones, similares, aunque no al modo, a las de Borges en sus inquisiciones. A fin de cuentas --desvirtuando a Platón--, la realidad sólo existe en la mente, en la percepción, y la realidad sólo puede hacerse creíble cuando se le traduce a palabras. Sólo espero que, al final, no me encuentre con que mi percepción, mi realidad, es muy pobre, pues de ser así habría que agachar la cabeza para decir diem perdidi a la veintiocho años potencia.