jueves, noviembre 30, 2006

¡POR EL PODER DE GRAYSKULL! YO SOY... ¿VICENTE FOX?

Como lo saben quienes leyeron mi entrada sobre los filatelistas, soy un fanático de los juguetes, y una de las líneas de muñecos que más recuerdo de mi infancia es, sin duda, Los Amos del Universo. Para quienes desconocen dicha serie, hay algo que la identificaba particularmente: una sobredosis de esteroides provocó cierta atrofia en las piernas de los personajes varones, misma que hacía imposible que pudieran sostenerse en pie más de cinco segundos. Sin embargo, eran muy divertidos, ya que, muy al estilo de La Guerra de las Galaxias, los personajes eran antropomorfos, pero podían ser cangrejos, arañas, osos u hombres con gigantismo en las manos o con cabezas de puro hueso, literalmente.
Hace unos días, embargado por uno de esos ataques de nostalgia que me son tan habituales, entré a un sitio dedicado a dicha serie de juguetes, con la intención de echarme un taco de ojo con las fotos, pero grande fue mi sorpresa cuando, por esas extrañas coincidencias que son imposibles de comprender, me percaté de las similitudes que había entre los personajes del planeta Eternia, supuesto hogar de los susodichos muñecos, y varias figuras de la política mexicana. No era que nuestros políticos parezcan cangrejos gigantes o sufran de gigantismo en las manos, pero si usted, mi querido y veintiúnico lector, conociera los muñecos, pensaría lo mismo que yo. Es más, y aprovechando que les diremos adiós a algunos de ellos el día de mañana, le propongo que me acompañe a conocerlos. Abróchese bien el cinturón, que vamos a hacer un viaje muy rápido por el camino de los recuerdos.
Éste es He-Man, el mero mero petatero de la serie. Se decía que era el hombre más poderoso del universo. Y creo que es inevitable ver la similitud con Vicente Fox. ¿No me cree? Bueno, en primer lugar, estaba igual de inflado; sus enemigos nunca le dieron paz; todos acudían a él para que les resolviera todo; cuando no pudo resolver las cosas a la buena, lo hizo a puñetazos; una mujer fue la causa de que perdiera popularidad, y los peores problemas se los dejó a la caricatura que siguió.

Éste es Skeletor, el malo de la película, que tenía la peculiaridad de que en vez de cara, tenía sólo un cráneo. Es la viva imagen de Roberto Madrazo. ¿No me cree? Bueno, siempre hizo todo lo que estuviera en sus posibilidades para hacerse con los secretos de Los Pinos, perdón, del castillo Grayskull, pero nunca le abrieron la puerta; era el jefe de una partida de mediocres, pues los buenos siempre se iban con el otro villano; era tan buen villano, que siempre le decía a sus enemigos cuáles eran sus planes, y está igual de muerto políticamente.

Éste es Mer-Man, el rey de los océanos. Huelga decir que es idéntico a AMLO. Al igual que éste, es un pecesote, con la misma capacidad intelectual; también murió por su propia boca; iba por todos lados diciendo que era el mero bueno, pero nadie le hacía caso; se vestía de amarillo, pero tenía la piel muy verde; siempre se metía en jaleos por cualquier babosada; lo corrían de todos lados, y al final terminaba en un segundo plano, con sus secuaces llevándose lo mejor del botín.

Éste es Beast Man, que parece sacado del mismo molde que Ulises Ruiz, el señor de los bestias, perdón, de las bestias. Al igual que éste, era incapaz de ligar dos frases seguidas; sólo podía hablar con animales; cometía puras animaladas, y al final todo lo resolvía a puro latigazo.

Éste es Trap Jaw, el hombre con mandíbula de fierro. Sí, yo pensé lo mismo. Inmediatamente recuerda a Rubén Aguilar, porque nadie entendía lo que decía, y su boca de fierro podía destrozar hasta el mejor programa político.

Éste es Clawful, o mejor conocido como el hermano incómodo de René Bejarano. Se nota la mano grande para que nada se pierda, ni siquiera una pequeña liga. ¿O quizá es el hermano perdido de Carlos Ímaz? Caray, es difícil poder decir quién es quién en este extraño mundo de Eternia.

Éste es Orko, un pequeño mago idéntico a Luis Carlos Ugalde. También a Orko nunca le salió bien un truco, y lo único que podía hacer cuando las cosas se complicaban, era dar de brinquitos en círculo.

Éste es Man-E-Faces, que nadie puede negar que es la viva imagen de Manuel Bartlett. Al girar una perilla en la cabeza del muñeco, se le podía cambiar a una de tres caras: humana, robótica y monstruosa. Algo muy similar a lo que sucede en las sesiones de las diferentes cámaras, donde nadie sabe qué se votará.

Éste es Kobra Khan, un muñeco que de niño me gustaba mucho pero que lo único que hacía era escupir puras babas. Como el lector ya lo supondrá, cualquier similitud con Pablo Gómez no es mera coincidencia.

Éste es Zodac, un muñeco tan mal hecho que nadie sabe lo que es, nadie sabe qué piensa, nadie sabe qué diablos hace aquí, y nadie sabe si se puede confiar en él, porque a ratos ataca a sus aliados y a ratos pide que le sigan los buenos. Digna representación de Felipe Calderón.

Éste es Two-Bad, un muñeco con dos cabezas, de las cuales ninguna piensa pero ambas se dicen la legítima. Nótese que los brazos le servían únicamente para darse de puñetazos a sí mismo. Perfecto ejemplo de lo que será desde mañana la Presidencia de México.

Éste es Stinkor, un muñeco cuya única característica era tener un olor más que peculiar, por lo que nadie se le acercaba. Y sí, así vemos el 90% de los mexicanos a la forma en que se hace política en México, con cierto olor "peculiar".

Y finalmente tenemos a Blast-Attak, cuya única gracia era dividirse en dos a la menor provocación. Tristemente, así ha sido y sigue siendo como se comporta el pueblo mexicano: dividiéndose por causa de tipos que no saben pronunciar su nombre, que lo único que tienen en la cabeza es puro hueso, que son puras bestias con manos muy grandes y más de una cara.

Caray, es increíble cómo la compañía Mattel pudo entendernos a los mexicanos actuales tan bien, ¡y en 1982!, que fue cuando aparecieron estos muñecos. Esperemos que no nos cobren derechos de autor.

domingo, noviembre 12, 2006

Y CON LA IGLESIA TOPAMOS, SANCHO

Como muchos de ustedes sabrán al momento, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, de México, promulgó una ley en la que se dio al concubinato el carácter de relación legal. Esto quiere decir que toda pareja que registre su relación ante el juzgado civil como una "sociedad de convivencia" (cuán cursi puede volverse una cosa cuando se le da un término legal), goza de presencia legal aun cuando sus partes no estén avaladas por el contrato matrimonial. Y cuando hablamos de toda pareja, realmente se quiere decir TODA pareja. Ello engloba a parejas heterosexuales que han vivido en concubinato por un tiempo menor a cinco años (en una legislación previa, a los cinco años de cohabitar en un hogar común, o al haber hijos de por medio, las partes contraían derechos legales; la nueva legislación amplía el espectro a cualquier momento del concubinato) y a las parejas de homosexuales. Esto último fue lo que hizo a más de uno pegar el grito en el cielo, ya que es bien sabido que la homosexualidad es un hecho inadmisible en nuestra sociedad. No me hubiera molestado que los miembros de mi sociedad gritaran, como es su costumbre, en contra de algo que considerasen contrario a sus costumbres (la democracia también implica oponerse a las medidas tomadas por el estado), más que nada porque ya estoy muy acostumbrado a la hipocresía --doble moral, si se prefiere-- de mi sociedad, que, por ejemplo, siempre se ofende por el racismo del extranjero, pero es una de las más racistas del planeta. Lo que sí me molestó es que, como también es su costumbre, el Episcopado Mexicano no dudó en meter su cuchara, y regó el tepache (dicho sea con perdón de los católicos) como en su momento lo hizo El Vaticano cuando en España se promulgó una ley que legalizaba las uniones homosexuales.
¿Por qué digo que el Episcopado Mexicano se equivocó? Dos primeras cuestiones me vienen a la mente: uno, el estado mexicano es, legalmente, de carácter laico, lo cual significa que tanto la legislación como la aplicación de sus códigos no pueden obedecer a razones de carácter religioso, y el Episcopado Mexicano, en su conferencia de prensa, usó argumentos de carácter religioso para oponerse a la mentada ley; dos, la Constitución mexicana ordena que todos los ciudadanos mexicanos gozan de las MISMAS garantías sin DISTINCIÓN, ya sea de género, ideología, credo o política, por lo que el Episcopado Mexicano volvió a equivocarse al decir, en la misma conferencia de prensa, que la legislatura del DF no podía promulgar leyes que ofendiesen los valores morales de la mayoría de la población "mexicana" (o sea, no únicamente a la defeña, sino a la de toda la nación).
Olvida el Episcopado Mexicano, y todos aquellos que no dudan en atacar verbal y físicamente a los "jotos" (¿por qué siempre es contra de los hombres? El lastre de México sigue siendo su machismo retrógrado), que en este país TODOS los individuos gozamos de los mismos derechos según nuestra Constitución. Ya sé que del dicho al hecho hay mucho trecho, y que lo que es de derecho no siempre es de hecho, pero al menos en teoría es así legalmente. Sin embargo, la iglesia católica mexicana, que nunca ha cerrado las heridas que le causaron primero las leyes de Reforma y luego la "ley Calles", siempre se ha querido sostener como la principal hegemonía ideológica de México (lo siento, señores sacerdotes, pero Televisa ya les ganó ésa). Con esto quiero decir que la iglesia católica quiere seguir siendo la que dicte los patrones de cultura y comportamiento del país. Y como es bien sabido, para los católicos la homosexualidad es una abominación. Bueno, señores de la jerarquía católica y fieles que le acompañan, les tengo una mala noticia: el estado mexicano no puede regirse por argumentos de carácter metafísico, sino que tiene que operar de acuerdo a la realidad física. La homosexualidad, buena, mala, regular o peor, y les guste o no les guste, es una realidad no sólo de este país, sino de todo el mundo. Pero antes que homosexuales, son CIUDADANOS MEXICANOS, por lo tanto, gozan de los mismos derechos que ustedes, que yo, y que la abuelita de Batman si ésta fuera real. Aunque ustedes fueran 90 millones y los homosexuales en el país apenas 1 millón (claro que estoy manipulando las estadísticas, estos no son números reales), ese millón tiene la misma presencia legal que los otros 90 millones. La iglesia católica mexicana siempre es pronta en gritar cuando, a su parecer, se viola el derecho a la libertad de culto en México, pero es igualmente pronta para violar los derechos de todo aquel que no se rige según los cánones morales del catolicismo.
En nuestro código civil, y ahora más con la enmienda que ha causado tanto furor, está claramente establecido que TODOS los ciudadanos mexicanos tenemos el derecho a formar un hogar con la persona que elijamos, siempre y cuando no haya coacción de por medio. Y me pregunto y les pregunto, señores jerarcas católicos mexicanos, ¿en qué parte del "todos" no pueden entrar los homosexuales que no obliguen a otro a formar un hogar? ¿Únicamente por su preferencia sexual? ¿La preferencia sexual es motivo de suspensión de garantías en este país? Desde que cayó el régimen porfirista, no. Si bien es cierto que durante la época priista, especialmente en las décadas de 1940 y 1950, la homosexualidad cabía dentro del apartado de "faltas a la moral", esto no es así desde la década de 1960. Léase bien: en México, la preferencia sexual NO implica suspensión de garantías.
Pero, ya que el Episcopado Mexicano argumenta que la homosexualidad denota una incapacidad moral y, por tanto, imposibilita al individuo a ser un buen ciudadano y, por ende, debe ser penalizada, yo les voy a seguir el jueguito de las suposiciones. Como han de saber, existe un juego en el que a una persona se le dicen las características morales de tres individuos y, sin decirle los nombres, se le da a escoger la que, a su parecer, es la mejor. Como es demasiado conocido el final, y aunque me tachen de aguafiestas, me referiré al que más mella hace. Hitler (sí, ese Hitler) se mantuvo virgen hasta el matrimonio (¡ups!), jamás mostró una conducta lasciva (¡doble ups!), enarbolaba la pureza moral como una prueba de superioridad (¡triple ups!) y repudiaba la homosexualidad por considerarla una aberración (¡y home run de ups!). Así, resulta que el hombre de quien se dijo y se dice que fue la mismísima encarnación del mal, cumplía con todos los requisitos de la moral católica, tanto que un papa (sí, un papa) se hizo de la vista gorda cuando ya se ponía en práctica la Solución Final (no sé cuántos ups valga esto, pero de menos los seis millones de judíos que murieron en los campos de concentración, con todo y bendición papal).
Por otro lado, el gran Oscar Wilde escribió uno de los libros con una de las mayores lecciones morales de la historia de la literatura. A quienes hemos leído El retrato de Dorian Grey nos quedó muy claro que la liviandad moral no puede llevar a algo bueno. Y ¿qué hizo una sociedad con mentalidad puritana? Castigó a Oscar Wilde por ser homosexual, y ni siquiera por serlo activamente, sino únicamente por ser un voyeurista homosexual. Conste que salvo en este caso a los católicos, pues fueron anglicanos quienes castigaron a Wilde; pero sí quiero dejar en claro que la actitud que hoy muestran los jerarcas católicos mexicanos (y de todo el mundo, honestamente) es exactamente la misma que sumió a Inglaterra en un oscurantismo cuasi medieval en pleno siglo XIX. Tanto que criticamos a los árabes por su fundamentalismo, y lo primero que hacemos es ser más fundamentalistas que los talibanes (con la diferencia de que, por fortuna, la iglesia católica está incapacitada políticamente para actuar como los talibanes). ¿No me creen? Pues, yo sí recuerdo cuando el obispo (¿o arzobispo?) de Guadalajara dijo que él pagaría la multa de quienes destruyeron una exhibición de arte porque defendían la pureza de la fe católica.
Estamos en los albores del siglo XXI, y hay que reconocer que, nos guste o no nos guste, el mundo está cambiando. No podemos regresar a los tiempos en que a los cristianos se les arrojaba al circo a ser martirizados (¡recontraups!) porque atentaban ideológica, política y moralmente contra la sociedad romana (¡sin-cuenta ups!). Si los católicos quieren que los no católicos los respetemos, los primeros en respetar deben ser ellos. Y como ya sé qué estarán pensando algunos, haré una aclaración que nadie me ha pedido: no soy homosexual. Mi prometida se llama Ana, todas mis parejas anteriores a ella han sido mujeres y jamás por la mente me ha pasado tener un affair homosexual. Sin embargo, sí tengo amistades que son homosexuales, tanto masculinas como femeninas. He conocido homosexuales con mejores valores morales que muchos heterosexuales, y a varios que espero no volver a encontrar en mi vida por ser nefastos. Cuando converso con una persona, lo que me importa es que tenga algo en la cabeza y no lo que haga con el culo, que ése no me platica nada. Si queremos avanzar como sociedad (y no terminar como Afganistán), lo primero que debemos hacer es respetar que alguien tenga una forma de vida contraria a la nuestra, y que como SER HUMANO, tiene el mismo derecho que yo a vivir la vida según los códigos legales que tenemos.
Así, espero que el Episcopado Mexicano se ocupe únicamente de las tareas propias de su oficio, y que nos deje a los ciudadanos decidir bajo qué parámetros queremos ser gobernados. Si los mexicanos, sin coacción de por medio, decidimos que la sociedad de convivencia homosexual no es admisible en México, los legisladores tendrán que prohibirla (vox populi, vox rex); pero si queremos seguir siendo un país donde las libertades individuales sean más importantes que el parecer de una sección (sea ésta o no la inmensa mayoría de la población), entonces todos coludos y nadie rabón.
P.S. Pido perdón por los subrayados, pero a ver si así algunas personas entienden lo que realmente vale.