sábado, septiembre 24, 2005

DE PSEUDOCIENCIAS Y PSEUDOESOTERISMO

Hace unos meses, en una noche que mi aburrimiento se mostraba en la hiperactividad de mi dedo sobre el control remoto del televisor, tuve la fortuna de encontrarme con un programa que ha hecho mejor la madrugada del martes. El programa en cuestión es Penn & Teller: Bullshit!, en el que los presentadores (bueno, Penn, ya que Teller es supuestamente mudo) critican ciertas creencias aceptadas como verdad por cierto grupo de personas (como el reciclaje, los contactos con seres extraterrestres y otras). Aunque a veces su intención es más la de ridiculizar que la de criticar formalmente, el resultado es bastante bueno, y las más de las veces lo deja a uno con ganas de informarse más sobre al asunto que trataron (al día siguiente, claro, porque a la una y media de la mañana ¿quién va a querer surfear por internet?).

Este programa es sólo un producto más en una moda reciente --aunque tan antigua como la misma humanidad-- de revelar a charlatanes, mercachifles y demás fauna que hacen su agosto con lo que hemos denominado como "filosofía New Age". ¿Han visto cómo han proliferado los productos de pseudociencia, pseudoesoterismo, pseudoufología y pseudofilosofía en todo medio de comunicación, tanto impreso como electrónico? Bueno, igualmente proliferan los verdaderos científicos, artistas y filósofos dispuestos a desmentir a quienes hacen negocio con paparruchas de una calidad muy cuestionable; el inconveniente es que, como no dicen lo que la gente quiere oír (¿recuerdan cómo en la escuela odiábamos el conocimiento por el conocimiento?), son menos difundidos porque no venden igual que los otros. Pero vayamos por partes.

Desde que el ser humano tuvo uso de razón (y pasemos de largo la ya muy gastada discusión sobre nuestro origen), tuvo la necesidad de explicarse su universo físico, a veces optando por una solución metafísica que le ayudase a entender lo que le era imposible. Sabemos que la historia del conocimiento se ha construido a partir del cúmulo de experiencias (ojo, filosóficamente hablando, dilucidar algo equivale a una experiencia, por lo que no hay que cerrarse a un empirismo lockeano, que siempre nos va a dejar con un conocimiento muy estrecho) que se han transmitido dentro y fuera de una sociedad generación tras generación. Claro, esto quiere decir que tenemos una tradición --en el sentido más puro del término-- cognoscitiva, en la que se transmite un conocimiento previo para repetirlo (si es congruente con la realidad) o modificarlo (si ya no es congruente).

Obviamente, esta tradición se inició con un mínimo de datos, y se fue reconformando conforme se añadieron las percepciones nuevas que la misma tradición fue recabando, y así sigue sucediendo. Por lo mismo, es natural que ahí donde el conocimiento adquirido es incapaz de explicar algo, el ser humano sólo puede suponerlo, ya sea basado en el conocimiento previo o ideando uno nuevo, pero siempre apoyado en la tradición cognoscitiva. De allí que los dioses, los extraterrestres y demás entes metafísicos (entendidos estos como aquellos que no están presentes en la realidad palpable) sirvan de solución para algunos problemas de juicio que el ser humano es incapaz de resolver al momento.

Ahora bien, desde que la sociedad decidió dividir el trabajo entre sus individuos, el conocimiento también fue dividido de acuerdo con la especialización. O sea, un cazador y un agricultor comparten un conocimiento común (la cultura) pero cada uno tiene un conocimiento específico que el otro no tiene. Imagínese esto como un sencillo plano bidimensional, en el que el plano horizontal representaría el conocimiento común (cultura) y el plano vertical el especializado (función). Así, la tradición cognoscitiva adopta un nuevo cariz: cierto tipo de conocimiento sólo se transmite a ciertos individuos que comparten una función y no al común de la sociedad. Como dice Panóramix, los secretos de los druidas se transmiten de boca de druida a oído de druida.

Bueno, este conocimiento especializado lleva a algo que suena desagradable pero que es correcto: hay una discriminación a partir del conocimiento. Los poseedores de cierto tipo de datos propios de su oficio, no van a compartirlo con cualquiera, sino sólo con aquellos que demuestren verdadero interés en él, tanto para asegurar la supervivencia del oficio (si todos fuésemos carpinteros, no habría necesidad de carpinteros) como para evitar que sea desvirtuado por la torpeza de alguien que no está capacitado para tenerlo (piense en cuán barato hubiera sido que el plomero le hubiera apretado una tuerca al fregadero y cuán cara le salió la alfombra que se le mojó). Esto, como es bien sabido, llevó a la formación de gremios, cofradías y demás grupos en los que se aseguraba la pureza de la transmisión del conocimiento; pero el problema fue cuando en los mismos grupos se empezaron a transmitir percepciones no relacionadas con el conocimiento especializado. Vamos, creo que es obvio que, por más vasto que sea el conocimiento especializado, llega un momento en que no da para más charla (o simplemente no se tienen ganas de hablar de ello al momento), y entonces se empiezan a comunicar otras experiencias, comunes o no al grupo, que modifican la transmisión que se hace al interior del grupo. Y ya que estoy metido en decir perogrulladas, mencionaré finalmente que los gobernantes (o grupos dominantes, en todo caso) no vieron con bien esta nueva forma de transmitir un conocimiento común a la sociedad (como bien reza un dicho, un hombre es una idea; dos hombres, una teoría; tres hombres, una revolución), y estas asociaciones fueron proscritas, dando a entender que el conocimiento es algo prohibido para quien no fuese parte de la clase hegemónica (gobernantes, instituciones religiosas, aristocracias y demás). Aquí es donde nace el esoterismo.

En esencia, el esoterismo no es otra cosa más que la transmisión de un conocimiento que se ha considerado proscrito, o sea, una percepción que se presume dañina para el orden social. Y como tiene el carácter de proscrito, es obvio que su transmisión sólo debe hacerse entre algunos elegidos, es decir, aquellos que se sabe no van a ponerlo en riesgo con una difusión masiva (lo que llamaría la atención de los aparatos represores), aquellos que van a saber aplicarlo correctamente (nuevamente evitando la torpeza de quien no está capacitado) y aquellos que se sabe van a poder reproducirlo y transmitirlo de manera correcta para asegurar su supervivencia. O sea, los secretos se siguen transmitiendo de boca de druida a oído de druida. Pero hay que tener muy presente que el esoterismo parte de una primicia correcta e incorrecta a la vez: basan la calidad de su conocimiento en la tradición, es decir, en que se remonta a mucho tiempo atrás (meses, siglos, milenios, lo mismo da aunque no sea igual). Sin embargo, ¿no es así con todo conocimiento? ¿Acaso no el conocimiento del agricultor se remonta tan atrás como el del ingeniero agrónomo? ¿No Ortega y Gasset dijo, genialmente, que estamos parados sobre hombros de gigantes? Entonces, ¿qué hace del conocimiento esotérico tan válido, o validable, como el conocimiento público? Pues, fuera del aprovechamiento que puedan hacer de él sus poseedores, nada, ya que el conocimiento sólo tiene validez para quien lo tiene, y para los demás, lo mismo da.

Y el problema actual no es el esoterismo (la misma ciencia fue y es esoterismo en ciertos momentos de la historia de la humanidad), sino el uso indebido del término esoterismo. Tomemos el caso que está más de moda al momento, El Código Da Vinci, de Dan Brown.

Esta novela (dejemos de lado sus dudosas cualidades literarias) se aprovecha justamente del gusto que a veces tenemos por lo esotérico, es decir, por lo oculto, lo proscrito, las verdades milenarias que deberíamos tener derecho a saber y que la gente en el poder no nos lo permite. Así, el autor toma un tema esotérico que él presupone que el vulgo va a desconocer (la relación de Jesús con María Magdalena) para darle a su obra la categoría de "verdad milenaria descubierta". Usa un nombre histórico real (el Priorato de Sión) cuya existencia puede comprobar cualquiera con un mínimo de curiosidad con una simple búsqueda en internet, sin importar que el verdadero Priorato de Sión no tenga nada que ver con el referido en el libro (los pseudoesoteristas siempre van a confiar en que sus lectores no investiguen lo suficiente); para justificar su aserto, usa como fuentes unos documentos presuntamente secretos (ni tan secretos, pues existen transcripciones en internet anteriores a la publicación de El Código) sin tomarse la molestia de verificar la veracidad de los mismos (antes de la publicación de la novela, ya se había demostrado que esos documentos eran tan falsos como un elefante alado). Finalmente, añada dos o tres personajes históricos reconocidos por su genialidad, un par de hipótesis pseudoesotéricas sin corroborar, y una sarta de aseveraciones sin verificar, y tendrá un éxito literario.

¿Por qué digo que los pseudoesoteristas confían en que sus lectores no investiguen? Tomemos el mismo libro. Para justificar el nombre de Leonardo en la trama (aparte de con los falsos documentos secretos), el autor hace unas descripciones de algunos cuadros del célebre pintor confiando en que el lector los desconozca (¿cuántos, antes de leer el libro, sabían de Leonardo únicamente que había pintado la Mona Lisa, así como muchos saben quién es D'Artagnán pero nunca han leído Los Tres Mosqueteros?), o por lo menos no recuerde bien los detalles, que son iguales a decir que en la Luna hay un conejo por la sombra de sus cráteres. Enfoquémonos en su descripción de La Virgen de las Rocas. Como en mi biblioteca personal (regalo de mis padres) tengo un libro con una fotografía de la susodicha pintura, lo tomé para verficar las cosas que él decía, y juro que no solté la carcajada sólo porque me pareció ofensivo el valor que el tipo le daba a nuestra inteligencia. El famoso "dedo decapitador" no es tal, es un simple y sencillo "dedo apuntador" (claro, bastaría con saber que es un artilugio común en la pintura el hacer que una o más figuras le indiquen al observador cuál es la figura central, ya sea con la mirada, las manos y demás, pero, caray, es más que obvio que el dedo simplemente está apuntando a Jesús niño). La famosa mano sosteniendo (o acariciando, no recuerdo bien cómo lo dice) la cabeza invisible decapitada por el ángel, ni está en forma de garra, ni parece estar aprisionando, ni está siguiendo un volumen etéreo, simplemente está ubicada en el aire, como lo están las de múltiples figuras en la pintura, y la de usted cuando no haya qué hacer con ella y no la quiere meter al bolsillo del pantalón. ¿Que si tiene un mensaje oculto? Posiblemente sí lo haya. Quizás Leonardo quiso expresar, con la posición del dedo del ángel, que el verdadero objeto de veneración es Jesús y no la virgen (¿no es el marianismo una de las razones del movimiento protestante?). Y posiblemente no lo haya. La única persona que podría decirlo, ya no puede hacerlo; lo malo es que, desgraciadamente, cualquiera puede dar una opinión y salirse con la falacia de que nadie puede decir con certeza absoluta qué quiso expresar Leonardo. Y si esto se puede hacer con algo tan tangible como las pinturas de Leonardo, ¿qué decir de la aseveración de que santo grial es un juego de palabras esotérico para referirse a la sangre real que refiere, según el autor, a la descendencia de Jesús? Disculpe el lector el exabrupto, pero como diría Penn Jillette, ¡bullshit!

Si bien se puede argüir que la misma ciencia se basa en supuestos (en física cuántica, por ejemplo, sólo se ha podido observar la "sombra" de un electrón y no un electrón en sí), lo que la diferencia del pseudoesoterismo y la pseudociencia es que está obligada a demostrar sus asertos. Cuando un científico dice que en el universo existe una cosa llamada agujero negro, está obligado a demostrar que tal cosa existe. En cambio, cuando un pseudoesoterista dice que la dinastía merovingia de Francia es descendiente directa de Jesús, no se siente obligado a demostrarlo, pues para él basta con haberlo supuesto y, contrario a los científicos, cree que es obligación de los demás el desmentirle.

Si usted fuera con un matasanos que le jura y perjura que le puede aplicar un tratamiento novedoso capaz de rejuvenecerle realmente --que su cuerpo, no sólo su apariencia, tenga las mismas capacidades que en su juventud--, y el susodicho tratamiento resultase ser un fiasco, usted podría demandarle y así evitar (¡sí, cómo no!) que el criminal siga defraudando a más gente. Pero si usted lee una novela como la del tal Brown, llena de aseveraciones indefendibles y, en gran medida, paparruchadas, resulta que no puede hacer más que un coraje, pues al estar catalogado como "novela", de inmediato se asume que lo allí escrito es una ficción, por lo que el autor no es responsable de la veracidad de su texto. Claro, si yo voy a ver una película como La Guerra de las Galaxias, es obvio que no voy a creer que eso sea verdad (aunque conozco una persona que hizo un viaje a China para conocer al maestro del caballero del zodiaco Shiryu y lo único que encontró fue unos monjes shaolín que no conocían el golpe del dragón naciente); pero si veo una película donde se me dice que es una recreación fidedigna de la pasión de Cristo, y oigo que los personajes hablan en cierto idioma, se me está diciendo que ése era el idioma real de Jesús, aun cuando en la realidad el idioma usado en la película hacía años que había muerto. Ficción, ¡cuántas paparruchadas se hacen en tu nombre!

Ahora bien, ¿qué pasa si en vez de esoterismo hablamos de, por ejemplo, la ufología? Me gustaría saber cuántos tipos de aeronaves conoce el lector. ¿Realmente el vulgo sabe cómo se ve de noche un globo sonda?¿Cuántos pueden decir que saben realmente cómo se ven de noche las luces de un avión militar? Bueno, es más que obvio que cuando se ve un objeto volador que no se sabe lo que es, para el observador es un ovni (objeto volador no identificado). Yo mismo vi un ovni. Una noche, mientras platicaba con un amigo fuera de la casa donde hacíamos una fiesta que no me agradaba del todo, vimos pasar por el cielo un punto de luz verde. Al momento no supimos qué era, así que para nosotros era un ovni. Pero de allí a que pensáramos que era un platillo volador tripulado por unos marcianos de color verde, ojos negros hundidos en sus cuencas y de 1.20 metros de alto, hay una gran diferencia. Si hubiéramos sido unos verdaderos ufólogos, hubiéramos investigado qué tipo de aeronaves terrestres presentan esa luz, cuáles llevan una trayectoria similar a la que vimos, y si tuviéramos algunos contactos de importancia, preguntaríamos a la torre de control del aeropuerto más cercano (y sí lo hay cerca de donde lo vimos) si el radar detectó algo, y las demás cosas que ya saben.

En cambio, ¿qué hacen los mercachifles y pseudoufólogos? Bueno, aparte de ver marcianitos incluso en la sopa, inventar. ¿Se recuerda el caso del famoso ufólogo mexicano que llevó videos de un avistamiento masivo a todos los canales de la televisora más importante, y que resultaron ser unos globos de acabado metálico con cartas a los reyes magos que soltaron los niños de una primaria? Bueno, cuando se le demostró que no eran ovnis tripulados por marcianos, el susodicho ufólogo primero descalificó a los escépticos, diciéndoles que eran unos cerrados de mente, para luego aceptar que se había equivocado. Y creo que ya perdí la cuenta de todas las veces que ha tenido que aceptar que se ha equivocado.

Pero, ¿los escépticos son realmente unos cerrados de mente? Hmm, esto ya me empieza a sonar a teoría de la conspiración.

¿Qué es la teoría de la conspiración? Bueno, es simple y llanamente la suposición de que las autoridades le ocultan algo al vulgo. Vea usted la película JFK, de Oliver Stone, y sabrá lo que es la teoría de la conspiración. O puede investigar en internet (no tema, hay gran cantidad de sitios donde puede encontrarlo, así que no perderá mucho tiempo) los diversos fundamentos para demostrar que Neil Armstrong no pisó la Luna en 1969.

Por lo regular, un verdadero teórico (yo preferiría decir investigador) de la conspiración parte de donde hay una duda razonable. En el caso del asesinato de JFK, la misma evidencia utilizada para culpar a Lee Harvey Oswald parece demostrar su inocencia (como en el caso de O. J. Simpson, donde para que la evidencia fuera determinante el tipo hubiera tenido que ser Supermán), y de allí parte el investigador para poner en duda lo que se ha dicho sobre el asesinato de Kennedy. Esto está bien, pero ¿qué pasa cuando, como en el caso de la película, el investigador empieza a soltar hipótesis sobre las razones para ocultar la verdad? Pues pasa lo mismo que con la novela de Dan Brown. De repente, pasamos de un magnicidio a una conspiración para asesinar a Fidel Castro (el eterno enemigo), y de allí a una conspiración de adeptos de la ideología de la superioridad blanca ante el avance del movimiento por los derechos civiles de los negros, y de allí a una conspiración de un grupo de magnates que sintieron que la política de Kennedy les iba a privar de algunos derechos (algo similar a lo que le hicieron a Clinton), y así ad infinitum. (Sí, ya sé que sólo se menciona lo de Castro en la película; los demás pueden encontrarlos en internet.)

Claro, la muerte de un presidente es algo tangible, pero ¿qué hay cuando se habla de una elite que domina al mundo? Se tiene una teoría de la conspiración --el famoso Nuevo Orden Mundial-- que puede convertirse en un juego de mesa. Desde que se publicaron en Rusia los célebres Protocolos de los Sabios de Sión, se ha tenido la idea de que el mundo es dirigido por un grupo minúsculo de personas cuyo potencial económico es tal que los gobiernos están supeditados a su parecer. (¡Vaya noticia! Eso no es ningún secreto. Se apellidan Trump, Slim, y demás grandes magnates.) Bueno, aun cuando se ha demostrado que los mentados protocolos son tan veraces como la novela de Dan Brown (y peor escritos, que ya es decir), todavía hay quienes no sólo creen en su veracidad, sino que han creado todo un sistema de doctrinas a partir de ellos.

Retomo el caso del Nuevo Orden Mundial (y no me refiero al grupo de música electrónica). A finales de la Segunda Guerra Mundial, como es bien sabido, el mundo se dividió en dos grandes sistemas socioeconómicos: el capitalismo democrático (que nunca lo ha sido en realidad) y el socialismo popular (que tampoco fue realidad). Como también sabemos, la famosa guerra fría no fue otra cosa más que una disputa sobre qué territorios iban a disponer cada una de las dos potencias que encabezaban cada sistema socioeconómico. Si mal no recuerdo, el nombre de la teoría se le debe a Roosevelt, que decía, en las conferencias de paz de 1941 y demás, que al derrotar a los nazis el mundo entraría en un nuevo orden. Y de allí se agarraron conspirólogos y demás paranoicos para decir que toda la humanidad era regida por la voluntad de un grupo de individuos supermillonarios, que la iglesia católica o los musulmanes buscaban implantar una religión universal (vaya novedad) y un orden mundial basado en el derecho religioso (otra novedad), que los francmasones, los illuminati, la sociedad del Thule, y hasta la mafia siciliana, están disponiendo de la sociedad al más puro estilo orwelliano. ¿Y sabe cuáles son las pruebas que dan al respecto? ¡Adivinó! Suposiciones y documentos falsos. Lo único cierto al momento sobre el Nuevo Orden Mundial es que también es un juego de mesa bastante divertido. ¿O es que creía el lector que la compra de países en el juego del Turista (o Monopoly) era por pura diversión? Claro que no. Es un campo de entrenamiento para los futuros dueños mundiales.

Y como si no tuviéramos suficiente con esto, ¿se ha percatado de cuánta información hay actualmente sobre las formas para mejorar su vida con la manipulación de energías, medicinas alternativas y filosofías de vida? Tomemos por ejemplo el caso del feng-shui. Según la teoría de que parte esta práctica, todos los artículos de su casa deben ser acomodados de acuerdo a una disposición que permita el libre paso de la energía por todos los rincones, evitando ciertos colores que acumulan en exceso o casi no acumulan energía, y otras cosas más.

Bueno, no creo que se necesite mucha ciencia para determinar que una casa con paredes blancas va a aprovechar mejor la iluminación que una con paredes negras, o que si la recámara está orientada al oeste será más cálida en la noche que una orientada al este. Además, cualquiera que haya visto una pecera sabe que lo monótono de la visión calma los nervios de la misma manera en que contar ovejas provoca sueño: por mero aburrimiento. Pero lo más curioso es que, si hay toda una teoría detrás de esto, ¿cómo es posible que si usted contrata a dos personas para que le diseñen su casa según las reglas del feng-shui, su casa terminará con dos disposiciones totalmente diferentes?

¿Recuerdan las maravillosas dotes curativas que tenía el ginseng? Cuando se le descubrió para su venta masiva, se decía que podía curar desde un dedo despellejado hasta el cáncer. Y ahí tiene a la turba de desesperados, que no comprenden que la medicina requiere de un tiempo para comprobar la efectividad de un tratamiento, yendo a comprar esa hierba maravillosa que casi les concedía la vida eterna. ¿En qué terminó todo? En que ahora el ginseng ha demostrado ser sólo bueno para hacer una infusión con nulo poder curativo del cáncer, y que meter los dedos despellejados en una taza de dicha infusión no le va a regenerar la piel mejor que cómo lo haría su mismo cuerpo. Pero en fin, si se salvó, fue el ginseng; si se murió, fue el médico.

Y ¿por qué no unirnos a los optimistas? Estas nuevas filosofías de armonía entre el mundo físico y el mundo espiritual, de búsqueda interior, de triunfalismo, son muy bonitas, pero adolecen de un pequeño problema: ni son nuevas --se han practicado desde hace 8,000 años-- y aún no han demostrado plenamente su validez. Digo, la búsqueda interior, hasta donde sé, también se le llama budismo, torá, zoroastrismo, y el ser humano sigue sin saber qué carcachas debe buscar en su interior para lograr la iluminación. La armonía entre el mundo físico y el mundo espiritual ya fue planteada por Platón, Confucio, Quetzalcóatl y un egipcio cuyo nombre nadie sabe pero que seguro lo dijo, y el ser humano sigue sin saber cómo armonizar algo tangible con algo que no lo es. Sobre el triunfalismo, pues, creo que es obvio que entre mejor te sepas romper el lomo, más vas a prosperar en la sociedad capitalista. Y ¿qué decir de los libros que nos dicen cómo ser felices? Por favor, todos sabemos cómo ser felices, y la infelicidad no es algo que se deba evitar como un hongo venenoso, es una característica intrínseca de la vida humana, y lo que se debe aprender es cómo sacarle provecho, no a extirparla.

Ahora que llego a esta parte, tengo que reconocer una duda que me saltó desde que empecé a escribir este texto. ¿Por qué la gente está dispuesta a creer lo que le dice un mercachifle pero no a creer lo que le diga un investigador serio? Bueno, parece haber tres razones. La primera es que la ciencia, en tanto tradición cognoscitiva, se ha separado del vulgo totalmente. El último gran gremio, el de los científicos, se ha cerrado tanto en sí mismo que casi no comparte su conocimiento con los demás, comunicándolo sólo a partir de los productos finales (igual a como hace un carpintero), y cuando finalmente lo comparte, lo hace olvidando que en el conocimiento común no están presentes los elementos que facilitarían su comprensión. ¿Por qué cree usted que está teniendo tanto éxito el programa de los Mythbusters? Porque uno puede ver cómo se llega a una conclusión. Si se percata, en la mayoría de los comunicados científicos para el pópolo, sólo se nos dan las conclusiones (por ejemplo, que se descubrió un entierro en Teotihuacan asociado con un alto funcionario de la ciudad, pero sin decirnos cómo es que se supo que era un alto funcionario, siendo que era muy fácil decir que sólo la clase principal de Teotihuacan vivía en lo que conocemos como la zona arqueológica mayor).

La segunda razón es que muchas veces la ciencia no acepta sus propias limitaciones. Se ha dicho, y con mucha razón, que tan dogmático es un religioso como un científico (uno lo es de la fe, el otro de las pruebas). Pero, si se percata, en muchos artículos científicos se habla de las cosas como si se tuviera un conocimiento absoluto de ellos, siendo que aún no tenemos una comprensión plena del universo físico. Siempre que leo un artículo que implica el uso de electricidad, me maravilla cuánto hemos avanzado en la aplicación de ella y cuán poco en su comprensión . Digo, usted puede conducir un auto con la pericia de un piloto de carreras, pero no saber qué es en sí un auto, e igual pasa actualmente con la electricidad. (Sí, ya sé que me van a decir que es el paso de una carga de energía fluida a través de un conductor, pero esto es lo mismo que decir que un perro es un animal de cuatro patas que mueve la cola cuando ve a su amo.) Si la ciencia aceptara que entiende prácticamente la realidad física pero que no la comprende plenamente, estaríamos un paso adelante en la transmisión del conocimiento científico.

Así, si unimos las dos razones anteriores, llegamos a la tercera, que es el desencanto en relación con el conocimiento científico. ¿Para qué voy a leer un libro de ciencia si no lo voy a comprender, y para qué lo leo si lo que allí dice a la larga va a resultar que estaba equivocado? Al vulgo le es más fácil leer algo que está relacionado con su conocimiento común (máxime si tiene relación con su universo metafísico), algo que por lo menos lleva 8,000 años de existencia (sea erróneo o no), y algo que le permita creer que puede haber algo mejor que esta vida tan marcada por la infelicidad. Creo que a todos nos cae bien, de vez en cuando, un cuento de hadas (o casarnos con un extraterrestre, que suponemos ha de ser mejor que la fauna que tenemos acá).

Finalmente, el lector siempre tendrá la última palabra. Confronte fuentes, corrobore datos, dude de las aseveraciones hasta el límite mismo de la duda razonable, y saque su conclusión definitiva. Después de todo, 20,000 años de conocimientos son muy pocos, y recuerde que mañana usted será el hombro de un gigante en que se sustentará la tradición cognoscitiva, y esto no es un honor, es un deber.

domingo, septiembre 11, 2005

MIS QUINCE DISCOS FAVORITOS

Si con el texto anterior me vi con problemas para hacer el listado, con éste sudé sangre. Una vez un compañero de la licenciatura me preguntó qué me gustaba más, si la literatura o la música, y le respondí diciendo que me sería imposible leer tantos libros como discos he oído. Es cierto que es incomparable la cantidad de tiempo que se requiere para completar la escucha de un disco que con la necesaria para la lectura de un libro, pero, al menos en mi caso, puedo pasar un día sin leer una página, pero no puedo pasar una hora sin oír una canción. En efecto, soy un gustoso de la lectura, pero soy un vicioso de la música. Así, el lector comprenderá cuán difícil me es seleccionar sólo quince discos de una gama que supera por mucho en magnitud a la de la literatura, que ya me resultó dificultosa.

Desde un principio decidí delimitar el campo a mi fonoteca personal, lo que no fue de gran ayuda. Ahora sí me sentí tentado a determinar un número fijo para cada género, pero, nuevamente, no lo consideré justo. Entonces, opté por un método muy simple: ir título por título y anotar cuáles había oído más veces, ya que la recurrencia era en este caso sinónimo de preferencia. Claro, el número de veces debía ser concordante con la fecha de compra, ya que es obvio que discos de años anteriores podrían tener una o dos oídas más que los recientes y no reflejarían una preferencia real. Pero, huelga decirlo, el método tampoco me sirvió de mucho.

El problema era muy simple, estaba usando demasiada razón en algo que requería de más pasión. Lo que debí hacer desde un principio era dejar de romperme la cabeza con metodologías y dejarme llevar sólo por la querencia. Y así lo hice. Nada de restricciones, nada de principios, únicamente placer auténtico. El único incoveniente es que de todos modos había demasiados títulos que reclamaban sus fueros en mi afecto. Y sí, fue una labor titánica, pero estos quince que listo a continuación no pude eliminarlos bajo ninguna circunstancia. Sólo una aclaración, aquí el número uno no implica mi disco favorito, pues todos son mi "número uno", y no tengo un máximo aquí. Para ello tendría que hablar de músicos, pero creo que aún así no podría seleccionar sólo uno.

15. Cannonball & Coltrane.
Ya desde el título se sabe lo que hay en este disco: Julian "Cannonball" Adderley y John Coltrane, dos de los mayores monstruos del saxofón en jazz. Un disco de jazz cool que tiene toda la esencia de lo que fue ese estilo. He de decir que este disco fue el responsable de mi apasionamiento por el género. Mi padre lo tenía en su fonoteca, y en una visita que le hice, mientras yo revisaba sus discos para decidir qué oiríamos junto con un whiskey, me encontré con él. La portada se me hizo conocida (no recordaba si lo tenía desde que era niño, entonces en acetato), y le pedí que lo pusiera, más por curiosidad que por otra cosa. Desde la primera pista quedé boquiabierto. Unos años antes mi papá me había dicho que, según él veía, tarde o temprano terminaría oyendo jazz frecuentemente, y cuando oí ese disco y tras pedirle que lo pusiera una segunda vez, me dije (no sé si para mí o en voz alta): ésa es la música que quiero oír en adelante. Afortunadamente, mi papá tuvo razón. Por cierto, el disco ya no está físicamente en su fonoteca, sino en la mía.

14. Low.
David Bowie es uno de mis músicos favoritos. El primer disco que oí de él fue uno que apareció en una colección que hace alrededor de dos décadas vendió la editorial Salvat, junto con un fascículo de una Enciclopedia del Rock, y me agradó bastante. Con el paso de los años, fui descubriendo más y más que el sonido de Bowie era idóneo para mi carácter, especialmente porque siempre iba a sorprenderme. Este disco en especial tiene una magia muy especial para mí. No incluye ninguna de mis canciones favoritas de Bowie que pudieran justificar mi preferencia por el disco, es el disco como obra completa lo que me fascina. Reconozco que lo compré en un momento de mi vida en que el sonido melancólico, casi rayando en la desesperación (de allí el título), concordaba con mi estado de ánimo, pero ahora que mi situación anímica es distinta, lo aprecio más. Para mi gusto personal, este disco es la opera magna del Duque Blanco.

13. Leonard Bernstein/Tchaikovsky-1812 Overture.
Con este disco, de Bernstein dirigiendo a la Filarmónica de Israel, se apuntaló mi gusto por la música clásica. Ya antes había gustado de otras piezas de música clásica, como la sonata Claro de Luna de Beethoven (cuyo primer movimiento es lo que más me gusta de toda la música), pero este disco me cautivó por completo. Además de la excelente versión de la Obertura 1812, que sigue a la perefección la dinámica que debe tener la pieza, la Marcha eslava es un bocado de cardenal auditivo que no me canso de oír en esta versión. Sé que Tchaikovsky tiene fama de compositor amelcochado, pero en esta ocasión hasta el Capricho italiano suena bello, pero no demasiado dulzón. Este disco es una prueba de que los compositores son grandes, pero lo son más en manos de un gran director.

12. Unicornio.
Silvio Rodríguez siempre será de mis favoritos. Dejemos de lado su voz (que sonaría mejor si no se empeñara en cantar tonos que le quedan demasiado altos), y enfoquémonos en su música y su poesía. En este disco, que contiene mi canción favorita de él (La maza), están varias de las canciones mejor logradas del gran cubano. Por quien merece amor es quizá la forma más sutil de hacer una canción de protesta, donde el mensaje es directo pero no hay manera de acusarlo. Son desangrado es un auténtico son cubano, más cercano a la forma tradicional que los de, por ejemplo, Pablo Milanés, y sobre la letra, bueno, léase lo dicho en la canción anterior. Claro, todo este disco (como la mayoría de los de Silvio) tiene una fuerte carga política, pero también tiene una musicalidad fabulosa que me llena por completo los sentidos y que hace olvidar la voz de Silvio. Y de La Maza, sólo diré que yo la toco más en guitarra que la mismísima Ojalá.

11. The Beatles.
El famoso Álbum Blanco no podía dejar de estar aquí. Ésta es quizá la colección más ecléctica de música que se haya grabado, donde la única unidad entre las piezas son los ejecutantes (y a veces ni eso, porque en Blackbird es McCartney solo). Honestamente, este disco tiene todo. Rock & roll californiano, baladas suaves, folk rock (recuérdese que son ingleses, no estadounidenses, por lo que su folk rock no es como el de Dylan), hard blues, jazz neoyorquino, rock pesado, música experimental (ojo, Revolution 9 no es puro ruido como se cree; Charles Mingus ya había experimentado en 1962 con sonidos cotidianos en vez de instrumentos y esta canción sigue ese patrón; escúchela con calma y notará que sí hay sentido en los sonidos), música exótica (bueno, ya sabemos que eso quiere decir música de países que no son anglosajones o del centro de Europa), y estilos que aún no existían y después se les puso una etiqueta. Y sí hay sonido beatle, pero mejorado. Si no me cree, oiga con atención la segunda parte de Hapiness is a warm gun.

10. Alive.
Años antes de que mi papá me dijera que terminaría optando por el jazz, un amigo me puso este disco de la Chick Corea Akoustic Band. En esa época yo estaba demasiado inmerso en el rock, y casi despreciaba todo lo que no fuese de ese género. Pero este disco me encantó, e incluso soporté que su tía nos arruinase la sesión de música con su presencia en el cuarto. Cuando ya me aficioné al jazz, uno de los títulos que quise comprar desde un principio fue éste, pero no recordaba el título, sólo que era de Chick Corea y la portada. Creo que ésta es la única vez que he ido de cacería por un disco. Fui a cuanta tienda se le pueda ocurrir, varias veces por semana, en pos de esta joya de la música. Finalmente lo encontré, pero el precio me pareció un poco exagerado, y, bueno, ahí me tiene haciéndome cliente habitual de esa tienda, juntando puntos de compra hasta que el disco me quedó a un precio que me pareció aceptable (aunque aún oneroso). Ese día llegué a la casa, y mi madre veía no sé qué programa en la tele. Bueno, ¿cuál sería mi emoción que le rogué a mi madre que me permitiese ponerle el disco en ese momento, sin importarme qué tanto le interesase el programa que veía? Para que el lector se dé una idea de la calidad de este disco, que es de jazz contemporáneo sin ser de vanguardia, mi madre, que no gustaba del "ruido" que oigo a veces, al terminar el disco me dijo: No puedo decir que me agrade el estilo, pero está excelente. Mejor no le digo lo que yo opino del disco.

9. Rare & Unissued.
Bueno, ya era hora de que hiciera una trampa. Esta recopilación (oficial) de Muddy Waters la compré cuando recién ingresé a la preparatoria, y fue responsable de muchas borracheras en solitario. Me encerraba en el estudio de la casa, con una botella de whiskey y una cajetilla de cigarrillos recién compradas, y lo ponía una y otra vez hasta que había vaciado la mitad de la botella. Esas tardes fueron fabulosas, y no por el whiskey ni por el cigarrillo, porque ahora escucho ese disco con una taza de café (el cigarrillo sigue) y el efecto es el mismo. Es el gran Muddy, que por este disco se volvió mi bluesman favorito. No le exagero al decirle que siempre que lo pongo lo tengo que oír dos veces, sin falta. Y no importa qué esté haciendo, tengo que abstraerme por completo cuando suena Iodine in my coffe. Uno de los mejores discos del Hoochie Coochie Man, sin duda.

8. Milonga de Ojos Dorados.
El primer disco que compré de Alfredo Zitarrosa fue Guitarra Negra, y luego compré otros, pero éste tiene un lugar especial en mi corazón. No sólo tiene mi canción favorita de él (Milonga para una niña, que a la fecha la canto casi diario en la regadera), sino que me parece su disco más adecuado para mi gusto, aun cuando el otro que mencioné es un poco más musical, lo acepto. Como anécdota personal, le contaré que cuando se descompuso mi tornamesa, al día siguiente compré una copia de este disco en cassette, para poder seguirlo oyendo mientras lo reparaban. Y, bueno, ahora ya lo tengo en CD. Creo que es obvio mi gusto por este disco. Lástima que nunca habrá una recopilación perfecta de Zitarrosa (salvo una de seis volúmenes, editada en Uruguay).

7. Stand Up.
Bueno, yo siempre he dicho que Jethro Tull no toca rock. A mi oír, tocan jazz, pero Ian Anderson mismo dice que tocan rock, así que hagámosle más caso a él. Este título en especial, además de incluir mi pieza favorita de ellos (Bourée, y sí, ya sé que es Bach, pero no es por Bach, es la versión, es por Jethro que me encanta), tiene todo lo que se puede esperar de un disco excelente. Desde el rock más agresivo, pasando por el psicodélico, tocando la balada más depresiva, hasta el rock más jocoso que se pueda hacer. Yo sé que es difícil elegir un disco de Jethro (siempre habrá por lo menos una pieza que no esté en el que uno elija), pero éste ha sido mi favorito del grupo desde que lo compré. Y sí, que me disculpe Ian Anderson, pero aquí se muestra muy claramente que tocan jazz, jazz y jazz.

6. Sonamos Pese a Todo.
La primera vez que oí a Les Luthiers me dije que estaba ante una auténtica muestra de auténtica genialidad. Nadie como ellos para crear una música situacional, y este disco en especial, el primero de su discografía, es donde mejor se muestra su calidad como músicos, a mi parecer. Ya se notaba que los muchachos eran unos virtuosos, no de un instrumento sino virtuosos de la música. La cantidad de géneros que hay en este disco es asombrosa, y ya no hablemos de los instrumentos informales, que reforzarían mi aserto de que son unos virtuosos (digo, ¿quién más puede tocar un trombón bajo hecho con tubos de papel higiénico?). Pero, bueno, basta con oír la Epopeya de Edipo de Tebas seguida de la Candonga de los colectiveros para que uno entienda que la música es otra cosa.

5. Los Unos por los Otros vol. 2
¿Alguien me podría explicar por qué al momento no hay una edición en disco doble de Los Unos por los Otros? Bueno, reconozco que no he oído el primer volumen (ni siquiera sé qué poemas trae), pero con éste Paco Ibáñez se ganó un lugar irrebatible en mi corazón. No son sólo los poemas (todos ellos geniales, huelga decirlo), es la forma en que Ibáñez los musicalizó y cómo los cantó, a pesar de tener una voz no muy grata para los que creen que sólo las voces prístinas son dignas de loor. Yo creo que ésta es la mejor expresión de cómo un músico popular hace un lieder (está bien, Serrat y Cortés también comparten la corona). Suspiro, ¿algún día entraré en Granada?

4. 20 Éxitos de Jorge Negrete.
¿A poco creían que iba a hacer trampa sólo una vez? Bueno, si somos honestos, en este caso es inevitable hacer trampa, porque hasta donde sé, no hay un LP oficial de Negrete (si alguien lo sabe, hágamelo saber, por favor), pues sólo grabó lo que hoy llamaríamos sencillos. En fin, lo que realmente cuenta, para mí, es que Negrete ha sido mi cantante favorito desde que era niño. El señor tenía una voz como muy pocas he oído, y no es sólo porque al oírle me salga lo mexicano, sino porque el tipo tenía una voz privilegiada. Tomemos por ejemplo Cocula, en la que el señor canta en tonos muy graves e inmediatamente después canta en tonos agudos. O esa hermosura de la Serenata tapatía, en la que esa voz suena tierna sin dejar de ser varonil. Lástima que aún no encuentro ninguna recopilación donde venga la canción que canta en El rapto, en la escena de la cantina, ni la Canción vaquera que canta en Jalisco canta en Sevilla.

3. El Cancionero Popular.
La gran señora Amparo Ochoa siempre tendrá un lugar muy preciado en mi corazón. Y pasa lo mismo que con los grandes intérpretes, cuesta trabajo optar por un disco en especial. Yo me quedo con éste, tanto por ser el primero que oí de ella, cuando sólo era un chavalillo que empezaba a hacer travesuras, como por incluir algunas de mis canciones favoritas (he de reconocerlo, ella canta mejor Como tú que el mismo Paco Ibáñez). Y su versión de El barzón es de otro mundo. Bueno, como sólo lo tengo en acetato, lo oigo poco, pero no hace falta, lo tengo muy presente en mi mente, y mi memoria lo toca a cada rato.

2. The Very Best of Charles Mingus.
Reconozco que en esta ocasión no supe si debía o no hacer trampa. Tengo varios discos originales de Mingus (y puedo decir que mi favorito de ellos es The Black Saint and the Sinner Lady), pero esta antología está tan bien hecha que no puedo dejar de oírla. En sí, la compré porque incluye dos piezas del famoso Pithecanthropus Erectus (que no he podido conseguir aún), y dos más que no tenía ya, pero, como dije, el recopilador hizo tan buen trabajo en esta ocasión que no siento que le haya faltado alguna pieza (aun cuando es obvio que sí). Digo, pienso que si Mingus hubiera oído esta recopilación, le hubiera gustado hacer un concierto en que tocara exactamente estas piezas y en ese orden (con excepción de Passions of a man, que no tengo idea de cómo poder hacerla en vivo).

1. Sticky Fingers.
Si con los demás músicos fue difícil elegir un único disco, imagínese el lector mi problemática con The Rolling Stones, de quienes más discos tengo. Bueno, elegí este disco porque lo considero el más redondo de ellos. Es un disco en el que de la primera nota a la última se está ante la esencia de lo que hemos dado en llamar rock (ellos siempre han tocado blues, y ellos mismos lo han dicho, pero ya se sabe que la gente pone las etiquetas muchas veces con un cariz de taruguez). Aquí están esas líneas de guitarra de Keith Richards que se graban en el cerebro como si las estuviera cincelando; esta esa voz untuosa de Mick Jagger en su mejor momento; esas piezas donde uno no sabe qué está pasando pero que no se pueden dejar de atender hasta que acaban, y esa agresividad musical que siempre marcó el estilo de los Rolling. Este disco, a mi parecer, es lo más cercano auditivamente a una descarga voltaica, energía pura.

Lo que se quedó en el tintero
Dado que la música es el arte más popularizada en nuestra época, es obvio que hay más piezas sueltas conocidas y gustadas que en las otras, de allí que haya más recopilaciones y antologías que, por ejemplo, en la literatura. Además de los consabidos one hit wonders, ¿cuántas veces nos pasa que un artista nos purga, pero una y sólo una de sus canciones nos encanta, como me pasa con Elton John y su Sorry seems to be the hardest word? Digo, a mí me gusta mucho cómo canta Shirley Bassey, pero yo le pedí a mi padre que me copiara un disco de ella sólo por su versión de Send in the clowns. Aun cuando me encanta Neil Diamond, no iba a incluir un disco suyo sólo por Love on the rocks. Y ni se piense que me voy a chutar completa Las Valkirias de Wagner sólo para oír la fascinante cabalgata (pero sí volvería a ver completa la versión de Carmen de Plácido Domingo --que de por sí es de fábula-- con tal de oírle de nuevo su Dragón de Alcalá). Y bueno, también está Pink Floyd, Leonard Cohen, Compay Segundo y todos los demás que no cupieron aquí, pero que llenan físicamente mi casa.