lunes, diciembre 15, 2003

De filatélicos y otros maníacos

Si alguien que usted acabara de conocer por no más de diez minutos le dijera que es filatélico, ¿qué pensaría usted? Posiblemente que el tipo sufre de una enfermedad crónica e incurable (y estaría en lo cierto, aunque no se trate de un padecimiento físico), o que se trata de algún tipo nuevo de pervertido (y estaría en lo cierto, aunque la perversión no es de carácter sexual por más que se le asemeje), o que se trata de un loco (y, adivinó, estaría en lo cierto). Esa persona, ante la que usted hizo un mohín de ignorancia, es un tipo que ha sido condenado a vivir una de las pasiones más bellas que puedan existir: colecciona timbres postales. Antes de explicar en qué consiste la verdadera filatelia, quisiera explicar qué significa realmente coleccionar.

Todos hemos visto una botella de refresco y, salvo los naturistas más radicales, la hemos usado para las dos finalidades con que fue hecha: para guardar un líquido y para vaciarla del mismo. Pero cuando se deja de lado la finalidad para la que fue destinado un objeto (la botella de nuestro ejemplo) y se le piensa en función del objeto mismo y en función de una sensación (estética, nostálgica o cualquier otra), en ese momento se le da al objeto un valor pervertido, que no existe fuera de la mente de la persona que se lo ha impuesto. Una vez que se le ha conferido este valor ilusorio, el objeto se torna más valioso para dicha persona de lo que pudiera serlo para cualquier otro, y surge en el individuo la necesidad de poseerlo. Una vez que se ha poseído el objeto, a éste se le da una finalidad nueva, usualmente alejada de la original, y que puede ir desde la mera contemplación al mero sentido de posesión. Cuando este patrón se repite con objetos de naturaleza similar se está coleccionando. Pero, cabe aclararlo, juntar cosas por juntarlas, o juntarlas sin que haya revalorización de los objetos, es tener espíritu de deshuesadero, no de coleccionista. Para mayor claridad al respecto, retomo la filatelia.

La filatelia, como mencioné líneas arriba, es coleccionar timbres postales, y no se trata sólo de despegarlos de un sobre, pegarlos en otro papel uno tras otro en filas y columnas, como si fueran un afiche promocional o una envoltura de regalo navideño, sino que a cada timbre que se consigue hay que hacerle una ficha. Cada filatelista tiene su propio sistema para hacerla, pero los elementos básicos son estos: país y año de impresión, motivo de la ilustración, técnica de la ilustración, color y forma. Con sólo estos datos podrá verse que un buen filatelista debe tener un conocimiento más que aceptable del objeto que colecciona, y si a esto le añadimos que un excelente filatelista añade en la ficha datos específicos sobre el motivo de la ilustración (si es una persona, por lo menos sus datos biográficos elementales; si es un animal, los datos zoológicos; si es una obra artística, el artista y su nacionalidad, y así ad infinitum), o añade datos históricos a la impresión del timbre, o comenta por qué se prefirió la forma triangular a la rectangular en ese tiraje y vaya usted a saber cuántas ocurrencias más. Claro está, todo esto refleja el apasionamiento que le produce al coleccionista porque, como dije en el párrafo anterior, tiene un valor personal que se ve reflejado en la dedicación que le pone.

Otro buen ejemplo es el del coleccionista de libros. Aunque no es necesario que a uno le guste la lectura para coleccionar libros, sí es necesario leer para poder hacerlo, ya que quien va a coleccionar libros necesita saber qué va a juntar, dónde conseguirlo y, sobre todo, si existe. Reduzcamos el campo a los coleccionistas de ediciones príncipe. Para poder hacer dicha colección como Dios manda, se necesita saber que Giovanni Papini editó por primera vez Gog en 1929 y qué editor lo imprimió (yo desconozco el dato, porque ésta no es mi línea). Claro, también se puede buscar la primera edición en rústica, o en lujo, o en bolsillo, que sea cual sea la preferencia no importa, pues lo que se busca es la edición príncipe de Gog y no Gog per se. No importa que jamás se lea ese volumen, pues no interesa para ello.

Ahora bien, ¿qué lleva a alguien a coleccionar? Las razones son tantas como coleccionistas hay. Puede ser para llenar un vacío emocional, para darle un sentido práctico a la existencia personal, para preservar una memoria, para gastar un dinero que sobró del presupuesto, o simplemente porque a uno le gustan los conejitos rosas. Expongo mi caso, que es el único del que puedo hablar con plena conciencia.

Yo colecciono muñecos con características bélicas. Cuando estuvieron de moda, coleccioné los Caballeros del Zodíaco, luego coleccioné diversos soldados de diferentes series, y ahora me avoco a los muñecos G.I. Joe. ¿Por qué colecciono soldados, y por qué ahora, justamente, los G.I. Joe, que representan al imperialismo yanqui, que dista mucho de ser de mi agrado? Por dos razones: primera, porque fueron mis juguetes favoritos de niño (aún conservo los de esa época, eso sí, orgullosamente maltratados y jugados), y segunda, porque llevo la guerra en la sangre: un bisabuelo paterno fue mayor federal durante la Revolución Mexicana; mi abuelo paterno fue militar (con grado, aunque desconozco cuál fue por razones que no cabe aquí explicar); mi abuelo materno sirvió en la armada mexicana (y dos de sus hermanos igual), y el mayor de los hermanos varones de mi madre siguió los pasos del padre. Yo mismo traté de ingresar al ejército, pero fui rechazado por un tatuaje que tengo en el hombro izquierdo. Creo que es más que evidente por qué colecciono muñecos bélicos. Me gusta colocarlos en acción de guerra, colocarles el arma que sé va mejor con las características castrenses que mencionan en la ficha del personaje y, sí, me siento Napoleón por un momento.

Si usted, amigo lector, ya colecciona algo, le felicito, porque comprende perfectamente la sensación de orgasmo que da el hallar el objeto que uno aprecia y poseerlo, y comprende la sensación de desesperanza que da hallarlo, o por lo menos saberlo, y no poseerlo. Si, por el contrario, no colecciona algo, igualmente le felicito, porque está libre de un mundo lleno de guías, mercenarios, abusos, tristezas, alegrías, desfalcos, apasionamiento y aventura.
Para finalizar, si usted piensa que los coleccionistas somos únicamente una bola de locos que malgastan el dinero, piense que sin nosotros Arturo Pérez-Reverte habría escrito muy distinto El Club Dumas

lunes, diciembre 01, 2003

¿1984 detrás del mágico mundo de Kryptón?

Para quienes hemos tenido la oportunidad de leer 1984, de George Orwell, la idea de un futuro agradable cedió a la posibilidad de un futuro sombrío en el que los dos elementos no materiales más preciados para el hombre --su libertad y su intimidad-- podrían dejar de existir en aras de una sociedad perfecta (que lo sería únicamente para los gobernantes, pues los humanos comunes estarían tan automatizados que no percibirían tal perfección). Si bien es cierto que esta novela fue un medio de propaganda crítica contra el capitalismo de estado de la Unión Soviética y sus aparatos gubernamental y burocrático, es notable que, en su visión futurística, Orwell imaginaba un retroceso en la concepción social del humano común a la previa a la Ilustración francesa (recuérdese que antes de Voltaire y Rousseau los humanos no éramos socialmente iguales, aunque, siendo honesto, seguimos sin serlo). Este retroceso implicaba que el humano común perdería su cualidad de ente social para volverse una propiedad más de la sociedad y, como tal, sería comerciable y necesario pero no indispensable.

Como contraparte, en Estados Unidos, donde se practica la libertad de derecho pero no siempre de hecho, la visión futurística era "menos" sombría que la orwelliana. Quienes hemos tenido la oportunidad de leer las historietas de Súperman publicadas entre 1949 y 1955, conocimos una idea del futuro basada en el inventado mundo Kryptón, cuna del superhéroe mencionado. En este mundo, la ciencia y la tecnología están al auténtico servicio de una sociedad casi perfecta, en la que casi todos sus individuos (parece que los extraterrestres también presentan comportamientos anómicos) respetan las leyes (que, cosa curiosa, sí son justas) y conviven tranquila, respetuosa y pacíficamente. No niego que este ideal suena delicioso y que es el sueño de muchos, pero esto sólo es posible mediante dos vías: a) que todos estemos de acuerdo al ciento por ciento (cosa que es imposible) o b) que todos estemos reprimidos al ciento por ciento (que es similar a la idea orwelliana). Aunque en lo personal creo que la perfección de Kryptón se debe a lo segundo, daré el beneficio de la duda pues en la historieta nunca se especifica cómo se llegó a lo que se ve. De cualquier modo, el "mágico mundo" de Kryptón, tan perfecto socialmente, es horrendo físicamente. Es un mundo donde existen exclusivamente edificios y máquinas, con uno que otro animal y falto totalmente de vegetación, salvo uno que otro cultivo hidropónico. Así, sería el paraíso de los seguidores del movimiento futurista de la vanguardia del siglo XX, o sea, quienes sólo son capaces de apreciar la tecnología humana. Yo también disfruto contemplando un edificio, una pistola o una máquina de escribir, pero no puedo concebir un mundo en el que no existan árboles a los que pueda huir cuando me harto de edificios, pistolas y máquinas.

Para finalizar, enumeraré otras ideas futuristas:
La idea inglesa, nacida del cyberpunk, del mundo tecnificado, sombrío, socialmente imperfecto y altamente violento (tipo Blade Runner).
La idea japonesa del mundo tecnificado, luminoso, socialmente perfecto y en guerra eterna contra todo (tipo Evangelion).
La idea musulmana fundamentalista de un mundo sin ciencia, sin conocimiento, sin libertad pero, eso sí, muy religioso (tipo talibán).
La idea cristiana, idéntica a la anterior pero con otro dios (tipo mormón).
La tuya, amigo lector, que puedo apostar a que también es aterradora.

Si hay una frase que reza "todo tiempo pasado fue mejor", con la que se denigra el presente, ¿por qué somos incapaces de idear un futuro mejor?