domingo, agosto 14, 2005

MIS QUINCE LIBROS FAVORITOS

Bueno, siguiendo la tónica del texto anterior, ahora me gustaría hacer el listado de mis quince libros favoritos. En un principio creí que sería igual de fácil que con el anterior, pero no fue así. De continuo me llegaban a la mente varios títulos que reclamaban su presencia en mi lista y que parecían poder desplazar a otros que ya había seleccionado mi afecto. Además, había el problema de que tenía por lo menos diez de poesía, y otros tantos de novelas, cuentos y ensayos, al grado de que me sentí tentado a hacer un listado exclusivo de cada uno de los géneros; sin embargo, como en el caso del texto sobre las películas (claro, siendo un amor un poco menor era más fácil), la cuestión era hacerlo general, sin darle preferencia (aun cuando en la realidad sí la haya) a tal o cual género. Así, procedo de la misma manera, escribiéndolos conforme los vaya recordando, sin que haya una jerarquía exacta con excepción del número uno, y añadiendo un comentario muy personal.
Pero, bueno, ¿por qué me es perentorio hacer un listado de un universo tan vasto como lo es la literatura? Justamente por ello, por su vastedad. No tengo la más remota intención de querer dar un índice de lecturas como los de los libros de texto que nos obligan a chutarnos en la escuela (aunque son bastante útiles para apantallar a alguien hablándole de autores y libros que uno jamás ha siquiera visto), ni quiero dármelas de un gran lector que se las sabe de todas todas, pues ni siquiera soy un enano ante gigantes como Eduardo Lizalde, Ernesto de la Peña y José Emilio Pacheco (sólo por mencionar a tres grandes lectores mexicanos). La única razón de este listado es hacer un homenaje a esos autores que, en medio de ese océano inabarcable que es la literatura, me han dado unas islas donde varar con seguridad. Borges tenía una biblioteca personal muy limitada (al parecer, alrededor de cincuenta títulos) pero muy selecta, con los libros que sabía que releería siempre, y dijo que otros se enorgullecieran de los libros que habían escrito, porque él se enorgullecía de los que había leído. Bueno, estos quince son mi orgullo.

15. Ensayo de la Ceguera.
Éste es uno de los pocos libros que, tengo que decirlo, me ha dado tristeza que tuviesen que terminar. Pocas veces he leído un libro con la avidez con que leí esta maravilla literaria, no sólo porque el ver cómo paulatinamente una sociedad va involucionando hasta casi regresar a la animalidad me pareció más aterrador que cualquier historia de espantos, sino porque Saramago desmenuza la psique humana de una forma tan fabulosa que me obligó a recordar que los literatos eran los sociólogos antes de que las academias formalizaran las etiquetas de "ciencia" y "arte". Además, ¿qué se puede decir del personaje central, esa fabulosa mujer anónima que, para mi desgracia, me ha inspirado un ideal femenino que difícilmente podré encontrar? ¡Quién pudiera conocer una mujer como la mujer del médico! Más aún, ¡quién pudiera tener la fuerza de la mujer del médico! He allí una verdadera heroína.

14. El Conde de Montecristo.
Alejandro Dumas es uno de los culpables de que ahora sufra de un grave trastorno del sueño. Cuando me decidí a leer ese tabique que se empolvaba en la biblioteca materna, no tenía idea de que me iba a sumir en una de las lecturas más voraces de mi vida. Es un volumen de más de 1,000 páginas y, sin embargo, lo leí en cuatro días laborales (o estudiantiles, como era mi caso). No exagero al decir que dejaba su lectura sólo para bañarme y alistarme para ir a la escuela (donde aprovechaba las clases que me fastidiaban para dormirme en una de las mesas de la cafetería). He de reconocer que al principio el libro me resultó bastante cansado, pero a partir del encarcelamiento de Edmundo Dantés (la versión que leí fue de la época en que todavía se validaba traducir los nombres propios, así que lo dejo tal cual) no me fue posible despegar los ojos de él sin disgusto. Acepto que me parece que hay partes que sobran (como el pasaje napoleónico), y que el final, aunque adecuado, me parece ligeramente cursi en su tratamiento, pero siendo que ninguna creación humana puede ser perfecta, entonces esta novela llega a la perfección dentro de la posibilidad humana. Por lo demás, ¿quién no ha conocido un abate Faria que le confiera el secreto de un tesoro (cualquiera que éste sea), y quién no ha logrado una venganza que le devuelva un poco del honor que, inevitablemente, siempre nos quitan?

13. Confabulario.
Uno de mis principales placeres durante mis años de preparatoriano fue desvelarme para ver un programa de disertaciones de Arreola por un canal de cable. Gracias a él pude conocer muchos autores que fueron la delicia de varias noches o días (según la etapa de mi vida en que les leí), pero, cosa curiosa, no conocí entonces al mismo Arreola. Años después, cuando estudié el único semestre que soporté de la carrera de filosofía, compré en una librería cercana a la UNAM este libro, y he de decir que ha sido una de mis adquisiciones más afortunadas. No hay un solo texto de esta colección que pueda decir que me lo puedo saltar, ni ninguno que me haga tomar el volumen sólo por ése en especial y regresarlo al estante. Para mi gusto personal, es una de las selecciones más acertadas que un autor pueda hacer, sin necesidad de que un tercero meta su cuchara para una antología. ¿Por qué me gusta tanto? Porque no están los grandes temas que siempre afligen a la humanidad (quizás con excepción del cuento del miligramo), porque los relatos, igual que el lenguaje, son sencillos, sin complicaciones, y porque suenan a una charla de Arreola.

12. Poesía Completa de Federico García Lorca.
Sí, ya sé que es trampa porque es una recopilación completa y no un libro único, pero no me importa. En esencia, es un libro, y como es la copia que yo tengo y es la que atesoro, así lo incluyo. Y, bueno, ¿qué se puede decir de García Lorca? Si se quieren versos llenos de sensibilidad, hay que leer a Federico; si se quiere musicalidad de lenguaje, hay que leer a Federico; si se quiere saber qué diablos es esa cosa que llaman poesía, hay que leer a Federico. Honestamente, he aquí uno de los pináculos de la literatura. Todo en este libro está plagado de belleza, por más sórdido o penoso que sea lo que se dice. He de decir que cuando finalmente leí a García Lorca con la mayor de mis atenciones, me enamoré más del idioma, no sólo del español, sino de cualquier idioma, porque con él comprendí cuán vastas son sus posibilidades. Finalmente, les confesaré que mi libro favorito de Federico es Poeta en Nueva York. (Risas.)

11. El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Tal vez me eche a varios enemigos al hombro al decir esto, pero éste es mi libro favorito de la literatura de horror. Por más que me hablen de monstruos, demonios y demás entes fantásticos, no me producen el terror que sentí cuando Stevenson me dijo en unas cuantas decenas de páginas que un hombre esencialmente bueno es también en sí un hombre esencialmente malo. Ojo, no estoy hablando de maniqueísmo, sino de la realidad incontrovertible de que en todos nosotros está una bestia dormida y que puede despertar en cualquier momento. Alguien dijo una vez que no existen demonios ni ángeles, lo que existe es el hombre, y así lo creo, pues todos los días, en más de una situación, mi Hyde ha salido por sus fueros sin que mi Jekyll pueda contenerlo. Afortunadamente, aún mi moral se sobrepone al final del día, pero ¿y si algún día la fórmula de Jekyll ya no es suficiente para impedirlo?

10. El Principito.
Yo sé que los amargados preferirían que no hablase de este libro, pero ¿cómo no hablar de uno de los libros más hermosos que se han escrito? Si hay un auténtico cuento de hadas, es éste. Vaya, un libro que me hace reír cuando lo leo un día y llorar al siguiente, pero que siempre me hace recuperar el amor por la vida cuando lo termino. Sí, ya sé que me dirán que está lleno de simbolismos, de mensajes crípticos, de fábulas sólo creíbles para niños de pecho, y yo les responderé que sus símbolos son universales, que el mensaje es más claro que el agua de laboratorio y que esas fábulas tienen una moraleja pertinente desde que nos bajamos de las ramas: por un día, aunque sea por sólo un día, date la oportunidad de ser feliz contigo mismo.

9. El Viejo y el Mar.
El primer libro que leí de Hemingway fue Por Quién Doblan las Campanas, y tras terminarlo juré que nunca volvería a leer un libro suyo. Para mi suerte, no cumplí mi palabra. Leí este libro en una sola sentada, no sólo por su tamaño, sino porque no pude despegar los ojos de él. Recuerdo que lo terminé en casa de unas tías, en medio de una fiesta familiar que no me pudo distraer ni siquiera para saludar (hmm, ahora entiendo por qué mi familia no me quiere). Pocas veces un libro me ha hecho sentirme dentro de la atmósfera de lo que se narra, y éste ha sido el que más lo ha logrado. No voy a decir que llegué a sentir el roce de la cuerda en las manos porque aún no llego a ese grado de esquizofrenia (aunque poco me falta), pero sí diré que pude imaginarme todas las sensaciones del pescador, como si le estuviese siguiendo con una cámara de cine --bueno, ¿no es justamente eso lo que hizo Hemingway?--. Y, caray, el final te invita a pensar que tal vez los humanos no somos tan malos como creemos.

8. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Bueno, ¿hay algo que quede por decir de este libro? Quizás ya no. Ya se ha dicho que es el máximo libro escrito en lengua castellana a pesar de sus deficiencias. Ya se ha dicho que presenta a dos de los personajes más memorables de la literatura (tres, si se toma en cuenta a Rocinante). Ya se ha dicho que es una burla por igual del idealismo vulgar y del realismo vulgar. Ya se ha dicho que maneja una cantidad de universales que muy pocos autores han podido igualar y con cuarenta volumenes más. Ya se ha dicho que es el libro más sobrevalorado de la historia de la literatura. Ya se ha dicho que es el equivalente literario de una visita al dentista. Ya se ha dicho que es el máximo ejemplo de lo que se debe hacer y lo que no en literatura. ¿Y saben qué? Todos están en lo correcto.

7. Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan Poe.
Si ya hice trampa una vez, ¿por qué no hacer trampa dos veces? Aunque los títulos y contenidos (algunos títulos iguales tienen contenidos distintos) de las antologías de cuentos de Poe son legión, esta edición específica de la editorial Aguilar me encanta no sólo por la cantidad de textos recopilados y la capacidad del traductor, sino por la inclusión de El Cuervo en inglés, que es, a mi parecer, uno de los poemas más excelsos de la historia. Y los cuentos, caray, eso es auténtica literatura para estremecer. Pocos autores han podido intrigarme tanto como Poe lo hace en El Escarabajo de Oro, o aterrorizarme tanto como con El Barril de Amontillado. El único inconveniente es que, lo reconozco, siempre lo leo por partes, principalmente cuatro cuentos (y saltándome obligatoriamente Los Asesinatos en la Calle Morgue, que me parece una soberana mamada). Por cierto, ¿alguien se atreve a decir qué sucedió en la casa Usher?

6. Antología Rota.
Aunque no lo crean, esta vez no hice trampa. El mismo León Felipe efectuó esta antología, por lo que se puede considerar como un libro propio del autor. En este libro, el gran poeta (uno de mis favoritos) reúne varios poemas de los libros que llevaba escritos hasta 1947 (mala suerte, aún no aparece el viejo y roto violín), pero en éste volumen se resume toda la obra de León Felipe, incluso la posterior a la publicación de la antología. (Desgraciadamente, le ocurrió lo que menciona Borges en el epílogo de El Libro de Arena: le tocó la monotonía temática de la vejez.) Aquí están los versos del hombre que, sin dejar de ser romero, ve la vida adulta con la esperanza del que aún tiene muchos años por descubrir; los versos del hombre que está ansioso de contar las experiencias y creencias aprendidas en los caminos; los versos del hombre destrozado y furioso por la estupidez del sapo que nos llenó de buenos españoles a los demás países; los versos del hombre que, habiendo sido un romero, llora la patria perdida por una falta que no fue la suya; los versos del hombre que, tristemente, plasmó mejor la furia en la poesía. Sólo faltó su paráfrasis al Canto de Mí (que la hallo superior al original de Whitman).

5. El Juego de los Abalorios.
Ya en otro texto de este blog mencioné mi gusto por esta novela. Como dije entonces, Herman Hesse resumió en este libro toda la vida psíquica de un hombre, desde que se ve obligado por la sociedad a aprender un conocimiento concensado, pasando por la etapa en que pone en duda la validez tanto material como espiritual de dicho conocimiento, hasta la recapitulación final de todo el conocimiento adquirido durante toda su existencia. Reconozco que quizás es la novela de más difícil lectura del autor, pero una vez que uno capta el cariz de lo que se va narrando en cada episodio, podrá reconocerse fácilmente en uno u otro de los personajes y en una u otra de las situaciones. Finalmente, he de confesar que también me fascina esta novela porque, en más de un aspecto, me siento reflejado en el personaje central, sobre todo en el gusto por hacer juegos de abalorios en mis conversaciones.

4. La Biblia.
Espérense tantito, que este libro no está aquí por lo que piensan. Como bien dijo un escritor --no recuerdo quién-- al responder a la estúpida pregunta de si tuvieras que irte a una isla desierta..., esta antología (¿compendio sería más apropiado?) es el libro perfecto para llevarse a la susodicha isla desierta. ¿Le gustan los libros eróticos? Bueno, lea el pasaje de Lot y el Cantar de los Cantares. ¿Le gustan los libros violentos? Olvídese de la Ilíada, aquí hay sangre al por mayor. ¿Le gustan los libros místicos? Lea el Eclesiastés, porque, como es bien sabido, todo lo que se diga ya lo dijo el Eclesiastés. ¿Le gustan las mariguanadas de ficción? Lea el Apocalipsis. Y, bueno, sí, puede echarlo a perder y leerlo como un libro religioso.

3. 1984.
Creo que ya es notorio que me gustan los libros que me den un golpe al cerebro. Sin ser literatura de terror, éste libro es tan aterrador que nadie que lo lea podrá sentirse seguro ante la primera señal de despotismo de su gobernante. Aunque conozco los varios casos de gobiernos despóticos de la historia (bueno, alguno se ha de escapar a mis maldiciones), no pude dejar de aterrarme con esta novela de Orwell. El sólo pensar que haya alguien siempre vigilándome y controlando incluso el más elemental de mis pensamientos, me hace ver con buenos ojos el cianuro. ¿Por qué lo volvería a leer? Para recordarme que el futuro también puede ser sombrío.

2. Florilegio.
Bueno, como ya saben que soy un tramposo, me descaro completamente esta vez (aunque Sor Juana nunca pensó en hacer una recopilación de sus poemas). Sólo hay algo que se me ocurre decir de Sor Juana Inés de la Cruz: ella no escribió poesía, era la misma poesía. No lo digo sólo por mi admiración por esta mujer tan maravillosa (que, contrario al personaje de Saramago, es mi ideal que sí es real, pero, ¡ay de mí!, ya imposible de materializar), sino porque su obra es una de las máximas no sólo en lengua castellana, sino de toda la historia de la literatura. Confieso que soy incapaz de entender la mayor parte de los conceptos tan avanzados de esta mujer --¡cómo nos hacen falta mentes de esta magnitud!--, y ello es otra de las razones por las que no me canso de releerle. Sinceramente, el que le hayan llamado La Décima Musa no es una exageración, pues es cierto que quien lee a Sor Juana y le comprende, jamás podrá volver a ver el mundo como lo veía antes.

1. Rimas y Leyendas.
Lo acepto. Bécquer no es ni remotamente el mejor poeta de la historia, ni el mejor prosista de la historia, pero éste es mi libro favorito de todos. ¿Por qué? Porque, como dije en mi primer texto de este blog, fue el primer libro que leí con avidez; porque toda mi vida amorosa está retratada en este libro; porque mucho de mi apreciación de la vida está contenida aquí; porque mucho de mi actitud para con la vida está resumida en estos versos y leyendas; porque con dos poemas de Bécquer conquisté a las dos mujeres que más he amado en mi vida; porque Bécquer me ha acompañado todo este tiempo y , quizás lo más importante para mí, porque Bécquer me inspiró a escribir por primera vez. Estoy plenamente seguro de que sin Bécquer, yo no hubiera gustado de la literatura. Una vez leí que uno no escoge los libros, sino que los libros lo escogen a uno. De ser así, ¿quién más afortunado que yo, que mi Bécquer me escogió?