LAS CARICATURAS DE MAHOMA: UNA MUESTRA MÁS DE QUE EL MUNDO GIRA SOBRE UN EJE PODRIDO
Las imágenes fueron muy claras. Turbas liberando su frustación contra banderas, instalaciones diplomáticas y cuanta cosa tuviera un tinte danés -o europeo, ya entrados en gastos. Cientos de hombres y mujeres gritando a los cuatro vientos periodísticos que se sentían ofendidos por doce tontas -bueno, once; una de ellas sí tiene algo de ingenio- caricaturas publicadas en un periódico danés de escasa circulación. Miles y miles más de musulmanes demandando venganza por lo que consideraron un insulto de la peor ralea al creador de su fe. Millones y millones más de árabes reclamando, de nueva vez, la discriminación que sufren diariamente de parte de los occidentales. Y otros tantos millones y millones más de occidentales pensando: Otra vez los árabes.
Y sí, fueron otra vez los árabes. Pero también fueron otra vez los occidentales. Desde que en la década de 1970 triunfó el régimen teocrático en Irán, todo lo que huela a derecho islámico en tal o cual país, es visto en Occidente (léase EE.UU., principalmente, y Europa) como un desafío, un reto a los valores democráticos que ha de ser aplastado inmediatamente -a menos que los dirigentes ofrezcan los suficientes alicientes económicos que permitan hacerse de la vista gorda. Hace casi diez siglos, se trataba de quitar de manos de los árabes los territorios sagrados de los cristianos; hoy, se trata de quitar de manos de los árabes un territorio que podría aculturizarse occidentalmente.
Y sí, fueron otra vez los occidentales. Pero también fueron otra vez los árabes. Desde que en la década de 1960 se dictaminó que el estado israelí no tenía derecho de existir, los árabes -por lo menos los de esa región- han declarado una guerra sin tregua, cuartel ni fin contra su gran enemigo sionista y sus aliados que les llevaron allí (quitándoles tierras que primero les dieron), que les han mantenido allí (pese a que todos concuerdan en qué porción le toca a cada uno, nadie se las reconoce a ninguno) y que les mantendrán allí (como dijera Silvio Rodríguez, cuán lejana se oye la bomba cuando uno está cerca del refrigerador).
Así nos podríamos pasar horas y horas, gigabyte tras gigabyte, enumerando las barbaridades que tanto árabes como occidentales han hecho, y seguiríamos igual a como estamos hoy: viendo cómo se lanzan la papa caliente -que ahora tiene forma de bomba- unos a otros, sin poder llegar a una solución real del problema que hace imposible, al momento, una relación apropiada entre el mundo árabe y el mundo occidental. Y esto se debe a que ninguno de los dos bandos quiere aceptar que tanto unos como otros son la raíz del problema.
En un primer plano, tenemos el choque de dos fundamentalistas: un árabe, escudándose en una lectura viciada del Corán, que quiere darle a su visión de la vida un lugar en el mundo (y vaya que lo ha logrado. Antes, los árabes aparecían ocasionalmente en periódicos y noticiarios, como cualquier otro pueblo del mundo; hoy, casi no hay día en que no se les dedique una plana entera); y un estadounidense cuyo proyecto de vida es hacer que su país rija en todo lugar donde pueda haber un beneficio económico.
En un segundo plano, tenemos el choque de dos ideologías fundamentalistas: una árabe, que desde mediados del siglo XIX, aunque con intermitencias, se ha cerrado a los influjos de otras culturas, y quiere imponerse en el mismo mundo árabe, dejando al resto de la humanidad fuera de su visión; y una occidental, que desde la época renacentista se autodenominó la forma más avanzada de cultura y, por ende, la destinada a dominar, llegando al grado de llamarse a sí misma como la única "civilizada".
En un tercer plano, tenemos el choque de dos hegemonías fundamentalistas: una árabe, que quiere mantener cerrada la estructura de sus sociedades; y una occidental, que quiere... ¡Ah, chingá! Quiere lo mismo que la árabe.
Visto así, parece que el problema viene a ser únicamente que se tiene dos culturas que no quieren ceder sus derechos: la una, su derecho de existir sin que otra venga y le diga que es perversa; la otra, su derecho de imponerse por "considerarse" superior (el lector puede poner el nombre de las culturas donde más le guste, pues el enunciado aplica para una y otra -el orden de los fundamentalistas no altera lo bruto del producto). Y las circunstancias parecen demostrarlo.
Hace un año o año y medio, en Francia hubo problemas cuando se prohibió a las estudiantes musulmanas usar el velo que les caracteriza, pretextando que ello contrariaba las recientes normas educativas del país, que prohíben portar símbolos religiosos en las escuelas. Claro, el problema fue con el velo de las musulmanas (que no es tan fácil de ocultar como un crucifijo), sobre todo porque, aun cuando derive de una idea religiosa, es una norma social, no religiosa. Ello implicaba, por ejemplo, obligar a algunos judíos a recortarse la barba y no vestirse de negro, cosa que a ningún francés se le ocurrió (con excepción de los que, por esas fechas, profanaron un cementerio judío).
Hoy día, si una mujer camina por la calles de una ciudad europea cualquiera durante un período vacacional, cuando todos se hallan en las playas y casi los únicos que quedan en la ciudad son los musulmanes (no necesariamente árabes), ella tendrá que soportar el desprecio y, a menudo, las agresiones que los musulmanes le harán, como si fuese culpa de ella no estar obligada por su cultura a comportarse como los musulmanes quieren. En los países árabes donde rige el derecho islámico, cuando se ve una mujer que no usa la burka, de inmediato se sabe que es una extranjera, y a veces se le trata un poco mejor que a una local, pero también a veces se le trata mal por su doble culpa: ser mujer y ser extranjera. (Bueno, esto también se da en Europa, no nos hagamos tontos. Lo peor que le puede pasar a un turista es encontrarse con un fundamentalista europeo. Y las mujeres, desgraciadamente, en todo el mundo siguen siendo vistas como ciudadanos de segunda clase, aunque todos lo nieguen.)
Y el problema de las caricaturas de Mahoma tiene un poco que ver con esto, aunque también con otras cosas. Pero vayamos por partes.
Tras ver las hoy famosas -o infames, según las quiera ver usted- caricaturas, no pude evitar reírme -no con las caricaturas, porque en verdad que son mediocres- de cuán imbécil puede ser el ser humano. Por ejemplo, la más famosa de ellas, la del rostro árabe con un turbante en forma de bomba, no deja de tener un buen concepto, pero hubiera sido más ingeniosa si en vez de referirlo a la religión, lo hubiera referido a los musulmanes, ya que el problema no es el islam, sino algunos de sus practicantes (recuérdese que, por ejemplo, el gran Erasmo no atacó al catolicismo en su Elogio de la locura, atacó los vicios que él veía en el seno de la iglesia católica; eso marca la diferencia entre un buen pensador y un papanatas). Incluso al hacer la generalización, el caricaturista hubiera logrado algo más efectivo: hacer que los árabes no musulmanes y los musulmanes no fundamentalistas marcaran, una vez más, su distancia con los asesinos del islam; en cambio, lo que logró fue unirlos a todos contra un enemigo común.
Sí, ya sé que me dirán que en Occidente estamos, hasta cierto punto, acostumbrados a hacer chistes, incluso a insultar, de la deidad principal del mundo occidental, es decir, Cristo. Pero ¿es ello culpa del musulmán? Si el musulmán ve que el católico hace mofa de Cristo, no le importa, pues, para sí, el equivocado es el católico que no hace respetar su creencia. Quizás existan, pero yo no conozco un solo chiste indio en que se denigre a la figura de, digamos, Brahma. Tampoco conozco un solo chiste judío donde se denigre a Yahvé, y jamás he oído a un huichol mofarse del Dios Venado. Además, si el católico piensa que un chiste sobre Cristo no degrada realmente a su deidad, ¿ello le confiere derecho a decidir que todas las demás religiones han de regularse por su mismo parámetro? ¿Sólo porque el occidental tiende a escudarse en la libertad de expresión para no hacerse responsable de sus dichos, el resto del mundo ha de aceptarlo únicamente porque Occidente lo dice?
Y sí, los árabes exageraron en su reacción. Podría argumentarse que, en los últimos años, Occidente ha sometido a los árabes a una presión tal que ya prácticamente cualquier cosa es la chispa que les hace estallar, y hasta cierto punto esto es correcto (máxime cuando Bush y compañía a cada rato dicen que su misión es imponer totalmente los valores occidentales en Oriente Medio), pero ello no justifica tampoco la reacción árabe. ¿Quemar banderas frente a las cámaras de televisión, sólo para que todo mundo supiese que estaban enfadados? ¿Atacar embajadas sólo por unas caricaturas mediocres en un periódico que, fuera de Dinamarca, nadie conocía? ¿Clamar por la yijad por lo que consideran (acertadamente, a mi ver) un insulto más, mientras en sus periódicos, noticiarios y cuanto medio informativo hay insultan a todo aquel que no es musulmán y piden la eliminación de todo lo que no es musulmán? Caray, de veras que no entiendo a los árabes. Tanto que detestan a Occidente, y cada día se parecen más a él.
Desde que empezó la actual guerra de Irak, Fareed Zakaria, director y editorialista de la revista Newsweek, se ha cansado de decir una y otra vez que el problema radica en que el mundo occidental se ha negado a comprender al mundo árabe y viceversa. Esto es fundamental para entender por qué se dieron las caricaturas de Mahoma y la reacción árabe, ya que quien se niega a comprender a otro, le niega el derecho de existir. ¡Qué triste es ver que al mundo lo han convertido en un campo de concentración!