De filatélicos y otros maníacos
Si alguien que usted acabara de conocer por no más de diez minutos le dijera que es filatélico, ¿qué pensaría usted? Posiblemente que el tipo sufre de una enfermedad crónica e incurable (y estaría en lo cierto, aunque no se trate de un padecimiento físico), o que se trata de algún tipo nuevo de pervertido (y estaría en lo cierto, aunque la perversión no es de carácter sexual por más que se le asemeje), o que se trata de un loco (y, adivinó, estaría en lo cierto). Esa persona, ante la que usted hizo un mohín de ignorancia, es un tipo que ha sido condenado a vivir una de las pasiones más bellas que puedan existir: colecciona timbres postales. Antes de explicar en qué consiste la verdadera filatelia, quisiera explicar qué significa realmente coleccionar.
Todos hemos visto una botella de refresco y, salvo los naturistas más radicales, la hemos usado para las dos finalidades con que fue hecha: para guardar un líquido y para vaciarla del mismo. Pero cuando se deja de lado la finalidad para la que fue destinado un objeto (la botella de nuestro ejemplo) y se le piensa en función del objeto mismo y en función de una sensación (estética, nostálgica o cualquier otra), en ese momento se le da al objeto un valor pervertido, que no existe fuera de la mente de la persona que se lo ha impuesto. Una vez que se le ha conferido este valor ilusorio, el objeto se torna más valioso para dicha persona de lo que pudiera serlo para cualquier otro, y surge en el individuo la necesidad de poseerlo. Una vez que se ha poseído el objeto, a éste se le da una finalidad nueva, usualmente alejada de la original, y que puede ir desde la mera contemplación al mero sentido de posesión. Cuando este patrón se repite con objetos de naturaleza similar se está coleccionando. Pero, cabe aclararlo, juntar cosas por juntarlas, o juntarlas sin que haya revalorización de los objetos, es tener espíritu de deshuesadero, no de coleccionista. Para mayor claridad al respecto, retomo la filatelia.
La filatelia, como mencioné líneas arriba, es coleccionar timbres postales, y no se trata sólo de despegarlos de un sobre, pegarlos en otro papel uno tras otro en filas y columnas, como si fueran un afiche promocional o una envoltura de regalo navideño, sino que a cada timbre que se consigue hay que hacerle una ficha. Cada filatelista tiene su propio sistema para hacerla, pero los elementos básicos son estos: país y año de impresión, motivo de la ilustración, técnica de la ilustración, color y forma. Con sólo estos datos podrá verse que un buen filatelista debe tener un conocimiento más que aceptable del objeto que colecciona, y si a esto le añadimos que un excelente filatelista añade en la ficha datos específicos sobre el motivo de la ilustración (si es una persona, por lo menos sus datos biográficos elementales; si es un animal, los datos zoológicos; si es una obra artística, el artista y su nacionalidad, y así ad infinitum), o añade datos históricos a la impresión del timbre, o comenta por qué se prefirió la forma triangular a la rectangular en ese tiraje y vaya usted a saber cuántas ocurrencias más. Claro está, todo esto refleja el apasionamiento que le produce al coleccionista porque, como dije en el párrafo anterior, tiene un valor personal que se ve reflejado en la dedicación que le pone.
Otro buen ejemplo es el del coleccionista de libros. Aunque no es necesario que a uno le guste la lectura para coleccionar libros, sí es necesario leer para poder hacerlo, ya que quien va a coleccionar libros necesita saber qué va a juntar, dónde conseguirlo y, sobre todo, si existe. Reduzcamos el campo a los coleccionistas de ediciones príncipe. Para poder hacer dicha colección como Dios manda, se necesita saber que Giovanni Papini editó por primera vez Gog en 1929 y qué editor lo imprimió (yo desconozco el dato, porque ésta no es mi línea). Claro, también se puede buscar la primera edición en rústica, o en lujo, o en bolsillo, que sea cual sea la preferencia no importa, pues lo que se busca es la edición príncipe de Gog y no Gog per se. No importa que jamás se lea ese volumen, pues no interesa para ello.
Ahora bien, ¿qué lleva a alguien a coleccionar? Las razones son tantas como coleccionistas hay. Puede ser para llenar un vacío emocional, para darle un sentido práctico a la existencia personal, para preservar una memoria, para gastar un dinero que sobró del presupuesto, o simplemente porque a uno le gustan los conejitos rosas. Expongo mi caso, que es el único del que puedo hablar con plena conciencia.
Yo colecciono muñecos con características bélicas. Cuando estuvieron de moda, coleccioné los Caballeros del Zodíaco, luego coleccioné diversos soldados de diferentes series, y ahora me avoco a los muñecos G.I. Joe. ¿Por qué colecciono soldados, y por qué ahora, justamente, los G.I. Joe, que representan al imperialismo yanqui, que dista mucho de ser de mi agrado? Por dos razones: primera, porque fueron mis juguetes favoritos de niño (aún conservo los de esa época, eso sí, orgullosamente maltratados y jugados), y segunda, porque llevo la guerra en la sangre: un bisabuelo paterno fue mayor federal durante la Revolución Mexicana; mi abuelo paterno fue militar (con grado, aunque desconozco cuál fue por razones que no cabe aquí explicar); mi abuelo materno sirvió en la armada mexicana (y dos de sus hermanos igual), y el mayor de los hermanos varones de mi madre siguió los pasos del padre. Yo mismo traté de ingresar al ejército, pero fui rechazado por un tatuaje que tengo en el hombro izquierdo. Creo que es más que evidente por qué colecciono muñecos bélicos. Me gusta colocarlos en acción de guerra, colocarles el arma que sé va mejor con las características castrenses que mencionan en la ficha del personaje y, sí, me siento Napoleón por un momento.
Si usted, amigo lector, ya colecciona algo, le felicito, porque comprende perfectamente la sensación de orgasmo que da el hallar el objeto que uno aprecia y poseerlo, y comprende la sensación de desesperanza que da hallarlo, o por lo menos saberlo, y no poseerlo. Si, por el contrario, no colecciona algo, igualmente le felicito, porque está libre de un mundo lleno de guías, mercenarios, abusos, tristezas, alegrías, desfalcos, apasionamiento y aventura.
Para finalizar, si usted piensa que los coleccionistas somos únicamente una bola de locos que malgastan el dinero, piense que sin nosotros Arturo Pérez-Reverte habría escrito muy distinto El Club Dumas
Si alguien que usted acabara de conocer por no más de diez minutos le dijera que es filatélico, ¿qué pensaría usted? Posiblemente que el tipo sufre de una enfermedad crónica e incurable (y estaría en lo cierto, aunque no se trate de un padecimiento físico), o que se trata de algún tipo nuevo de pervertido (y estaría en lo cierto, aunque la perversión no es de carácter sexual por más que se le asemeje), o que se trata de un loco (y, adivinó, estaría en lo cierto). Esa persona, ante la que usted hizo un mohín de ignorancia, es un tipo que ha sido condenado a vivir una de las pasiones más bellas que puedan existir: colecciona timbres postales. Antes de explicar en qué consiste la verdadera filatelia, quisiera explicar qué significa realmente coleccionar.
Todos hemos visto una botella de refresco y, salvo los naturistas más radicales, la hemos usado para las dos finalidades con que fue hecha: para guardar un líquido y para vaciarla del mismo. Pero cuando se deja de lado la finalidad para la que fue destinado un objeto (la botella de nuestro ejemplo) y se le piensa en función del objeto mismo y en función de una sensación (estética, nostálgica o cualquier otra), en ese momento se le da al objeto un valor pervertido, que no existe fuera de la mente de la persona que se lo ha impuesto. Una vez que se le ha conferido este valor ilusorio, el objeto se torna más valioso para dicha persona de lo que pudiera serlo para cualquier otro, y surge en el individuo la necesidad de poseerlo. Una vez que se ha poseído el objeto, a éste se le da una finalidad nueva, usualmente alejada de la original, y que puede ir desde la mera contemplación al mero sentido de posesión. Cuando este patrón se repite con objetos de naturaleza similar se está coleccionando. Pero, cabe aclararlo, juntar cosas por juntarlas, o juntarlas sin que haya revalorización de los objetos, es tener espíritu de deshuesadero, no de coleccionista. Para mayor claridad al respecto, retomo la filatelia.
La filatelia, como mencioné líneas arriba, es coleccionar timbres postales, y no se trata sólo de despegarlos de un sobre, pegarlos en otro papel uno tras otro en filas y columnas, como si fueran un afiche promocional o una envoltura de regalo navideño, sino que a cada timbre que se consigue hay que hacerle una ficha. Cada filatelista tiene su propio sistema para hacerla, pero los elementos básicos son estos: país y año de impresión, motivo de la ilustración, técnica de la ilustración, color y forma. Con sólo estos datos podrá verse que un buen filatelista debe tener un conocimiento más que aceptable del objeto que colecciona, y si a esto le añadimos que un excelente filatelista añade en la ficha datos específicos sobre el motivo de la ilustración (si es una persona, por lo menos sus datos biográficos elementales; si es un animal, los datos zoológicos; si es una obra artística, el artista y su nacionalidad, y así ad infinitum), o añade datos históricos a la impresión del timbre, o comenta por qué se prefirió la forma triangular a la rectangular en ese tiraje y vaya usted a saber cuántas ocurrencias más. Claro está, todo esto refleja el apasionamiento que le produce al coleccionista porque, como dije en el párrafo anterior, tiene un valor personal que se ve reflejado en la dedicación que le pone.
Otro buen ejemplo es el del coleccionista de libros. Aunque no es necesario que a uno le guste la lectura para coleccionar libros, sí es necesario leer para poder hacerlo, ya que quien va a coleccionar libros necesita saber qué va a juntar, dónde conseguirlo y, sobre todo, si existe. Reduzcamos el campo a los coleccionistas de ediciones príncipe. Para poder hacer dicha colección como Dios manda, se necesita saber que Giovanni Papini editó por primera vez Gog en 1929 y qué editor lo imprimió (yo desconozco el dato, porque ésta no es mi línea). Claro, también se puede buscar la primera edición en rústica, o en lujo, o en bolsillo, que sea cual sea la preferencia no importa, pues lo que se busca es la edición príncipe de Gog y no Gog per se. No importa que jamás se lea ese volumen, pues no interesa para ello.
Ahora bien, ¿qué lleva a alguien a coleccionar? Las razones son tantas como coleccionistas hay. Puede ser para llenar un vacío emocional, para darle un sentido práctico a la existencia personal, para preservar una memoria, para gastar un dinero que sobró del presupuesto, o simplemente porque a uno le gustan los conejitos rosas. Expongo mi caso, que es el único del que puedo hablar con plena conciencia.
Yo colecciono muñecos con características bélicas. Cuando estuvieron de moda, coleccioné los Caballeros del Zodíaco, luego coleccioné diversos soldados de diferentes series, y ahora me avoco a los muñecos G.I. Joe. ¿Por qué colecciono soldados, y por qué ahora, justamente, los G.I. Joe, que representan al imperialismo yanqui, que dista mucho de ser de mi agrado? Por dos razones: primera, porque fueron mis juguetes favoritos de niño (aún conservo los de esa época, eso sí, orgullosamente maltratados y jugados), y segunda, porque llevo la guerra en la sangre: un bisabuelo paterno fue mayor federal durante la Revolución Mexicana; mi abuelo paterno fue militar (con grado, aunque desconozco cuál fue por razones que no cabe aquí explicar); mi abuelo materno sirvió en la armada mexicana (y dos de sus hermanos igual), y el mayor de los hermanos varones de mi madre siguió los pasos del padre. Yo mismo traté de ingresar al ejército, pero fui rechazado por un tatuaje que tengo en el hombro izquierdo. Creo que es más que evidente por qué colecciono muñecos bélicos. Me gusta colocarlos en acción de guerra, colocarles el arma que sé va mejor con las características castrenses que mencionan en la ficha del personaje y, sí, me siento Napoleón por un momento.
Si usted, amigo lector, ya colecciona algo, le felicito, porque comprende perfectamente la sensación de orgasmo que da el hallar el objeto que uno aprecia y poseerlo, y comprende la sensación de desesperanza que da hallarlo, o por lo menos saberlo, y no poseerlo. Si, por el contrario, no colecciona algo, igualmente le felicito, porque está libre de un mundo lleno de guías, mercenarios, abusos, tristezas, alegrías, desfalcos, apasionamiento y aventura.
Para finalizar, si usted piensa que los coleccionistas somos únicamente una bola de locos que malgastan el dinero, piense que sin nosotros Arturo Pérez-Reverte habría escrito muy distinto El Club Dumas